La frustración del acuerdo con el Mercosur por cuestiones ambientales implicaría una derrota política para la UE. América Latina espera del bloque una señal política más que económica.
En 2019, mientras el mundo concentraba su atención en el brexit y la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la Comisión Europea avanzaba en dos negociaciones clave. Por un lado, en la modernización del tratado de libre comercio con México, vigente desde 2000 pero desactualizado. Por otro, en la concreción de un tratado de libre comercio con el Mercado Común del Sur (Mercosur), formado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, que en conjunto equivalen a la quinta economía del mundo.
Pero a juzgar por las señales que emergen de varias capitales europeas, estos dos acuerdos interregionales cruciales corren el riesgo de no llegar a la firma. En menos de un año, la Unión Europea pasó de dos victorias a dos empates en su relación con América Latina, y ahora arriesga la derrota. Quizás el ex primer ministro belga Mark Eyskens no se haya equivocado cuando definió a la Unión Europea (UE) como “un gigante económico y un enano político”.
Si la UE demostró visión geopolítica al concluir los acuerdos con México y el Mercosur, la incapacidad de firmarlos confirmaría su debilidad interna. Un movimiento de ajedrez que expresó maestría diplomática se está transformando en una pesadilla política, y en la humillante confirmación de que el problema no era Gran Bretaña.
Las negociaciones con el Mercosur concluyeron políticamente en junio de 2019, coronando un proceso que llevó más de veinte años. De confirmarse legalmente, este será el mayor acuerdo birregional de la historia. Implica la integración de un mercado de 800 millones de habitantes, casi una cuarta parte del PBI mundial y más de 100.000 millones de dólares de comercio bilateral en bienes y servicios.
Además, es el mayor acuerdo que ambos bloques hayan negociado en términos de reducciones arancelarias (se incluye cerca del 90 por ciento del comercio bidireccional, que tuvo un valor de 91.000 millones de dólares el año pasado), que se eliminarían principalmente durante una década en diferentes fases. Con la conclusión de este acuerdo, Europa dio una señal enorme de acercamiento económico a América Latina.
En abril, tras cuatro años de negociaciones, se anunció oficialmente la conclusión del acuerdo de modernización entre la UE y México. Este pasa a incluir temas que el tratado original no consideraba, y que hoy son vitales para la agenda de Europa: política energética, comercio de materias primas, desarrollo sostenible, pequeñas y medianas empresas, compras públicas, transparencia y combate a la corrupción. Para México, la UE es el tercer socio comercial y el segundo en términos de inversión extranjera directa. Este tratado constituye una jugada geopolítica clave tras la renegociación del T–MEC, el nuevo tratado de libre comercio de América del Norte entre Estados Unidos, Canadá y México.
Con la conclusión de estos acuerdos a pesar del brexit, la UE mostró que sigue siendo un socio económico relevante para América Latina en medio de las tensiones entre Estados Unidos y China. Quedaba por delante confirmar su peso político, porque la conclusión de las negociaciones marca el inicio de un proceso que puede ser tan complejo como la propia negociación. Primero, los acuerdos necesitan pasar por una revisión jurídica que, una vez finalizada, da lugar a la traducción en las veinticuatro lenguas oficiales de la UE. Recién alcanzado el texto final, junto a sus respectivas traducciones, se pasa a la firma del tratado. Tras la firma, todos los parlamentos europeos y los congresos latinoamericanos deben ratificarlo para que entre en vigencia.
Los dos acuerdos firmados se encuentran entre las primeras fases: revisión legal y traducción. En acuerdos de alta complejidad como estos, el tiempo burocrático que se abre tras la conclusión es determinante para verificar el respaldo político que tenían los negociadores. Durante este periodo, las voces contrarias que se han levantado en América Latina han sido menos que las de Europa, donde cada vez más gobiernos y actores económicos expresan su descontento o buscan atrasar la firma.
La pandemia ha complejizado el proceso todavía más, y a esto se le suma un evento interno inesperado: la renuncia del irlandés Phil Hogan, comisario de Comercio de la Unión Europea que fue central en ambas negociaciones. En septiembre, Valdis Dombrovskis fue seleccionado para sustituir Hogan como Comisario de Comercio de la Unión Europea. Dombrovskis asumirá un rol protagónico en la promoción de los acuerdos concluidos ante los miembros más escépticos.
El acuerdo con México no enfrenta mayores reparos para la firma una vez terminados los pasos burocráticos. En cambio, las chances del acuerdo con el Mercosur se deshilachan día tras día. A mediados de agosto, la canciller de Alemania, Angela Merkel, declaró que tiene “serias dudas” sobre el acuerdo UE-Mercosur. Los reparos europeos se deben a “fuertes preocupaciones” por la “continua deforestación” en la Amazonia, un punto válido y relevante.
Los parlamentos de Austria y Holanda han rechazado anticipadamente el acuerdo y, más allá de la Amazonia y de Jair Bolsonaro, Bélgica, Francia e Irlanda han sumado reparos comerciales a los ambientales: el proteccionismo europeo no estaba muerto, andaba de parranda. Esto deja en evidencia el bajo nivel de consenso interno existente en la UE, y sugiere que el gigantismo económico no potencia la capacidad política, sino que la inhibe.
La frustración del acuerdo con el Mercosur por cuestiones ambientales implicaría una derrota política para la Unión Europea. Una vía para destrabar la cuestión consistiría en que Dombrovskis retome el argumento presentado por Hogan antes de su renuncia: sin el acuerdo, la UE tendrá menos influencia para reclamarle a Brasil la corrección de sus políticas ambientales.
A medida que escala la rivalidad hegemónica entre Estados Unidos y China, son varios los países que miran hacia Europa en busca de equilibrio. Un mundo multipolar en el que una potencia civil ejerza influencia moderadora es más atractivo que un mundo bipolar basado en la fuerza y las esferas de influencia. Hoy América Latina espera de la Unión Europea una señal política más que económica. Una señal que desmienta a Mark Eyskens o que le dé definitivamente la razón. 14 de septiembre de 2020
*Nicolás Albertoni es investigador del Laboratorio de Economía Política Internacional y Seguridad de la Universidad del Sur de California. –Andrés Malamud es investigador principal en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa. Publicado en New York Times en español