En estos días de junio, Sudamérica en particular, presenta la mayor tasa de muertes por millón de habitantes, más de 8 cada millón. Alrededor de unos 3.800 muertos por día. Ya casi un millón de personas fallecidas. Sólo en Sudamérica.
El subcontinente ostenta también por estos días el triste récord de los 5 países de todo el planeta con más mortalidad en función de la cantidad de habitantes: Paraguay, Surinam, Perú, Colombia y Uruguay. En el “top 15” de esta triste estadística aparecen otros sudamericanos: Chile, Argentina, Brasil y Bolivia.
Cantidad de muertos diarios por millón de habitantes, el 13 de junio de 2021.
A pesar de la gravedad de esta situación, el discurso mediático y publicitario, privado y público, en la región cambió. Cada vez más empresas de esas que necesitan estar siempre en la pauta publicitaria de los canales de televisión más vistos estructuran un discurso donde se asegura que vamos a “volver” a tiempos mejores. Los gobiernos también siguen la misma línea.
“Volver”, en este contexto, claramente, significa ir hacia terrenos conocidos. A lugares que conocemos. “Volver”, en términos pandémicos, sería volver a los tiempos sin tapabocas, a los tiempos en que íbamos al trabajo apretujados en el Metro sin temer contagiarnos nada, o que íbamos a la escuela, a la facultad, al estadio, a una fiesta, a la cancha a un partido, o que llevábamos sin temor a los niños y las niñas a la escuela, etcétera, etcétera.
Este anhelo de “volver” está muy presente en el discurso de los gobiernos sudamericanos, ligado por lo general al avance en la vacunación contra la COVID-19 en la región, que sigue siendo muy deficiente si se lo compara con Europa y los Estados Unidos, acaparadores de vacunas y de espalda al mundo.
Esta publicidad, estatal o privada, flotando en ese nosotros inclusivo, universal, es un poco superficial, por decir lo menos. Porque a ese nosotros de la publicidad le falta gente. Le faltan los y las que se murieron, y se mueren, ahora, mañana y pasado mañana por la COVID-19. Que se mueren solos y solas en los hospitales, o se mueren desamparados y desamparadas por ahí.
Por la COVID-19 murieron hasta ahora 3 millones 800 personas por lo menos en todo el mundo desde que comenzó la pandemia. Pero la misma Organización Mundial de la Salud advierte que estas cifras pueden no ser precisas, y que los muertos y casos serían muchos más, incluso, multiplicados por diez.
Aún así, aún con la gravedad del momento, los medios de comunicación, hace tiempo que dejaron de centran su atención en los muertos, y ponen los reflectores en las vacunas. El discurso de la publicidad y también de los Estados relaciona directamente a la vacunación con la solución del problema, con el “volver”.
Pero la vacunación como panacea también está lejos de completarse, y allí se ve con claridad la distribución injusta entre los países centrales y las periferias. Se habrían administrado hasta ahora en todo el mundo cerca de 2.400 millones de dosis de alguna vacuna contra la COVID-19 y de estos, 400 millones ya completaron dos dosis. El mapa mundial de la vacunación es, prácticamente, el mapa de la pobreza al revés.
En verde (de más oscuro a más claro) los países que más vacunaron, en tonos rojos, los más atrasados.
Parece claro que en América Latina y en especial en América del Sur se está verificando la peor combinación posible en esta pandemia: terminar con el aislamiento y las restricciones de circulación y apostar todo a las vacunas, justo en una nueva ola de la enfermedad, en lugar de explorar en paralelo otros tratamientos, preventivos o paliativos, como la Ivermectina, un antiparasitario barato y de uso desde hace décadas, que está dando buenos resultados en la prevención y en la superación de los cuadros graves del nuevo coronavirus en India, México, algunas regiones de Argentina, y que se usa en una decena de países más o menos formalmente. Pero de eso casi no se habla. ¿Será porque no es negocio para los laboratorios y sus vacunas que, a pesar del clamor mundial, siguen sin liberar las patentes de producción?
“Falta menos” dicen los gobiernos y dicen las empresas, que necesitan su mano de obra circulando, sin limitaciones, produciendo. Produciéndoles ganancia. Pero la verdad es que no sabemos cuánto falta. Lo que sí sabemos, seguro, es que faltan, que ya no están, millones. Un montón de gente.