Como sucede desde que germinó a comienzos de siglo el ciclo progresista y su novedosa arquitectura de integración regional, hoy en terapia intensiva, cada jornada electoral decisiva tiene un gran impacto en América Latina. El balotaje ecuatoriano de este domingo no sólo pone en juego la continuidad o el ocaso del proceso liderado por Rafael Correa desde hace una década, sino que sumará un elemento clave a la reconfiguración del escenario geopolítico que vive el continente en los últimos años.
En concreto: una victoria del banquero Guillermo Lasso inclinaría aún más la balanza hacia la restauración conservadora en la región y dejaría muy aislado al eje bolivariano. Caso contrario, un triunfo del oficialista Lenín Moreno lograría reoxigenar a las fuerzas progresistas latinoamericanas, alimentar las expectativas en un eventual reimpulso y bajarle el copete a quienes ya decretaron el “fin de ciclo” y auguran un porvenir inexorablemente monopolizado por las derechas vernáculas. Pero sobre todo –y lo más importante para quien escribe-, sería un gran alivio para los proyectos populares que aún resisten en Venezuela y Bolivia.
El proceso ecuatoriano ha sido quizá el más complejo del ciclo progresista para afinar una caracterización atinada. Ha combinado rasgos de indudable búsqueda transformadora (nuevo andamiaje institucional vía proceso constituyente, reapropiación estatal de los recursos, profundas mejoras sociales, y una audaz y antiimperialista política internacional) con otras políticas más bien moderadas y cuestionables, implementadas sobre todo en los últimos años (TLC con la Unión Europea, robustecimiento de la matriz extractivista, confrontación permanente con las organizaciones y personalidades críticas, y poco impulso al empoderamiento y al protagonismo popular).
Retomamos entonces el interrogante sobre qué está en juego, concretamente, este domingo. ¿Un horizonte emancipador y socialista para el pueblo ecuatoriano? Claramente no. ¿Se juega en las urnas el destino de una revolución? Si analizamos rigurosamente el devenir regresivo de la última etapa del correísmo, evidentemente tampoco. Lo que se dirime, ni más ni menos, es el regreso de la élite financiera-empresarial, de los dueños del circo, de un neoliberalismo puro y duro sometido a los intereses del capital, que sumaría otro jugador a la ofensiva reaccionaria continental; o el continuismo de un proceso democrático-progresista que seguiría siendo bastión de (lo que queda de) la integración latinoamericana y principal aliado de los proyectos transformadores que impulsaron Hugo Chávez y Evo Morales.
Cambios de épocas
Durante la crisis de hegemonía del neoliberalismo, Ecuador fue emblema de la inestabilidad que provocaron esas políticas. El dato es todo un síntoma del período: entre 1997 y 2005 ninguno de los presidentes elegidos logró terminar su mandato, expulsados por la movilización popular. En ese contexto, el consenso social que logró Correa es casi para el Guinness: no sólo llegó a gobernar diez años sino que en las dos elecciones anteriores (2009 y 2013) arrasó en primera vuelta.
Pero del 57,1% de votos que cosechó el presidente aquella última vez, se cayó al 39,3% en la primera vuelta del 19 de febrero. Si bien Moreno ganó por 11 puntos y estuvo a tiro de evitar el balotaje, la palabra que mejor define los presagios para este domingo es incertidumbre.
Varios factores explican la fragilidad actual del oficialismo: la debacle económica tras el fin de la bonanza que apuntaló las finanzas latinoamericanas a lo largo de este siglo; las denuncias de corrupción, magnificadas o manipuladas por el partido mediático; la delegación del liderazgo a partir del retiro de Correa; el desgaste de continuas confrontaciones con la derecha pero también con diversos reclamos “por izquierda”; y el viento a favor que va imponiendo en el sentido de época el modelo del presidente-empresario y la “opción del cambio”.
El peligro Lasso
Al margen de la moderación del rumbo que viene tomando el gobierno ecuatoriano, son previsibles las recetas ortodoxas y el derrumbe de conquistas sociales que trae en su maletín el banquero Lasso.
Su trayectoria no deja dudas sobre qué intereses defiende. Su primer empleo fue a los 15 años en la Bolsa de Valores de Guayaquil y a los 22 su cuñado le regaló un banco que luego se transformó en el Banco de Guayaquil, al que presidió durante casi 20 años. Su incursión en la política lo llevó a la gobernación de Guayas y luego fue Superministro de Economía de Jamil Mahuad en 1999, presidente derrocado tras una aguda crisis económica que sumió al país en el desempleo y provocó el éxodo de dos millones de ecuatorianos. Aquella crisis tuvo su clímax en el famoso “Feriado Bancario” del 8 de marzo de 1999, del que Lasso fue uno de sus beneficiados. También fue asesor económico y embajador itinerante en el gobierno de Lucio Gutiérrez. Una investigación publicada recientemente en Página/12 reveló que está asociado a al menos 49 empresas en paraísos fiscales.
Miembro del Opus Dei y luego de 45 años dedicados al mundo de la banca y las finanzas, Lasso enarbola el concepto del “cambio” como principal estrategia de marketing. Cualquier similitud con Mauricio Macri no es pura coincidencia.
Dos frentes de conflicto
Como mencionábamos, la oposición por derecha no es la única que viene enfrentando el gobierno. Otro elemento nodal en la coyuntura ecuatoriana es el desencanto y la frustración manifestada por buena parte del movimiento indígena y ambientalista, algunos sectores gremiales (como las y los maestros), colectivos feministas y expresiones de izquierda que han venido confrontando abiertamente con el oficialismo. Es cierto que en algunas oportunidades dirigentes sociales terminaron aliándose con la derecha, pero la injusta generalización y la permanente descalificación de Correa hacia esos sectores sólo ha logrado alimentar aún más un divorcio que contradice la esencia de cualquier proyecto transformador.
La candidatura de Paco Moncayo, a la que apostaron varios de estos grupos, logró el 6,7%. Con sólo la décima parte de esos votos, Moreno hubiera ganado en primera vuelta. Otro dato llamativo es el flojo desempeño electoral del oficialismo en las regiones campesinas e indígenas de la Amazonia, donde hubo mayor conflictividad social por el avance de proyectos extractivistas. El escenario se complejiza con los posicionamientos de estas organizaciones ante la batalla del domingo: en su mayoría llamaron a no votar por ningún candidato e incluso algunos dirigentes han manifestado, directa o indirectamente, su apoyo al banquero Lasso.
El mapa del lunes
El gobierno de Alianza PAÍS emergió en 2007 con la gran promesa de superar la “larga y triste noche neoliberal”. Sobre todo durante los primeros tiempos, se dieron importantes pasos para superar las políticas emanadas del Consenso de Washington. Precisamente en los centros de poder mundial será donde primero se celebraría una eventual victoria del banquero Lasso, que para el pueblo ecuatoriano implicaría el retorno de ese paradigma societario excluyente cuyas consecuencias pueden reflejarse nítidamente en los presentes de Argentina y Brasil.
Como contrapartida, un espaldarazo a la “Revolución Ciudadana” -aun con los desencantos y las flaquezas mencionadas-, sería una inyección de esperanza, una buena noticia para la América Nuestra.
(*) Periodista. Editor de Nodal. Colabora en diversos medios como Tiempo Argentino, TeleSUR, Rebelión, ALAI y otros. Conduce el programa radial “Al sur del Río Bravo” por Radionauta FM. Coordinador, junto a Pablo Solana, del libro “América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista” (en prensa).