Hacía mucho tiempo, desde aquellos años en que Cuba todavía participaba de la OEA, que no se escuchaban palabras tan claras y rotundas como las formuladas en estos días por la Cancillera bolivariana Delcy Rodríguez. Fue un auténtico huracán de aire fresco irrumpiendo en un ámbito que siempre ha oficiado de tentáculo de la política exterior estadounidense para el continente latinoamericano.
Con contundencia y rebeldía necesariamente irrespetuosa (para los que piensan en clave de “discurso políticamente correcto”) Delcy Rodríguez puso en el sitio que merecen a cada uno de los dinosaurios que buscaban sancionar a Venezuela. En primer lugar apuntó a ese personaje nefasto llamado Luis Almagro, colocado en el cargo que hoy esgrime con impune parcialidad contra la lucha de los pueblos, por recomendación de José Mujica y Tabaré Vázquez, quienes tardaron en desconocerlo, pero avergonzados por el comportamiento de su “pichón” optaron por soltarle la mano. Delcy fue tajante en repudiar las componendas orquestadas por Almagro y enfrentar sus dichos humillantes para con el proceso revolucionario bolivariano y con el presidente Nicolás Maduro. Pero fue más clara aún al denunciar las verdaderas intenciones del peón uruguayo de Washington: “El secretario general está dando un golpe de estado a esta organización y está promoviendo, con la oposición venezolana, un golpe de Estado en Venezuela”.
Con un verbo encendido y ejerciendo el rol de comunicadora popular al estilo del Comandante Hugo Chávez, Delcy generó con sus palabras (en dos intervenciones sucesivas) una polarización esclarecedora sobre qué puntos calzan cada uno de los integrantes de la organización panamericana. De un lado quedaron los amigos históricos de la Revolución Bolivariana, y del otro los energúmenos leales a la felonía “almagrista” y a sus patrones del Partido Republicano yanqui. Para estos últimos, Rodríguez no ahorró conceptos: “Estamos viviendo los tiempos de vergüenza donde se rompen todas las reglas del juego y nos colocan en una situación fangosa. Se pretende juzgar a un estado miembro. Se le está juzgando y se le pretende condenar también”.
Mirando a uno y otro costado mientras hablaba, fijando sus ojos en cada uno de los interpelados, la cancillera de la dignidad puso en caja, entre otros, a su par paraguayo, que había osado apuntar a Venezuela por sus “violaciones de los derechos humanos”, refiriéndose a la justa prisión del terrorista Leopoldo López, al que el diario español El País, parece tener como columnista permanente. Sin pelos en la lengua, Rodríguez le recordó al hijo de Horacio Cartes (y seguramente del dictador Alfredo Stroessner) que si hay un país que ataca los derechos humanos en el continente ese es Paraguay, ya que sus cárceles están llenas de campesinos presos y se utilizan masacres contra los humildes (como sucediera en Curuguaty) para derrocar gobiernos.
Impecable en su embestida, Rodríguez no dejó respirar a quienes albergaban la idea de sacar adelante la Carta Interamericana para sancionar a Venezuela, y volvió a darle su merecido al Secretario de la OEA por haber tenido la desfachatez de querer incluir en el recinto a un energúmeno como Ramos Allup, considerado “traidor a la Patria” por gran parte del pueblo venezolano.
El resultado final de esta victoria diplomática es que Almagro y sus secuaces tuvieron que guardarse la “Carta” en sus bolsillos y reconocer que una sola mujer, con agallas e ideología revolucionaria logró en un nido de machistas, pararles los pies, y dejarlos en evidencia como nunca. Pero además definió en una consigna algo que se hace cada vez más necesario: "Con la OEA o sin ella vamos a defender al país y la institucionalidad”. Dejó de esta manera abierta la puerta para un reclamo ya hecho por algunos gobiernos y organizaciones populares: hay que irse definitivamente de un ámbito que no le sirve a los pueblos y que no por casualidad tiene su sede en el corazón del monstruo.
Gracias compañera Delcy Rodríguez por representarnos tan bien a las y los que seguimos defendiendo las ideas del antiimperialismo en el continente.