En unas horas, los días 14 y 15 de junio, sesionará la Cumbre del Grupo de los 77 más China (G77) en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia. Reunirá la mayor parte de los estados miembros de la ONU, que forman el sur político, pues al grupo, fundado en 1964, pertenecen 133 de los 193 estados participantes del organismo internacional, con casi 60 por ciento de la población mundial.
La celebración de esta cita en el país andino es un reconocimiento de los países del Sur al enorme esfuerzo transformador, descolonizador y solidario con los pueblos del mundo impulsado por sus pueblos indios y mestizos, así como a su prestigioso líder indígena Evo Morales, que lo ha encabezado desde su llegada a la presidencia en 2006. De uno de los países más pobres y subordinados a Washington de América Latina en esa fecha, Bolivia es hoy un pujante Estado plurinacional, digno defensor de su soberanía y ejemplo de equidad, interculturalidad e inclusión social, que con el producto de la renacionalización de sus recursos naturales y la organización de sus movimientos sociales ha elevado sostenidamente sus niveles de educación, salud, bienestar y reducción de la pobreza, mientras mantiene un apreciable crecimiento económico. Podemos afirmar sin dudarlo que por estos días es la capital del Sur.
El G77 ha ganado un merecido prestigio en la defensa de los intereses económicos, políticos y culturales de los llamados países en vías de desarrollo. Denominación eufemística y eurocéntrica pues tras estos vocablos se esconde la existencia de una mayoría de estados y regiones del mundo sometidas al colonialismo, el neocolonialismo, la explotación y el saqueo por el pequeño club de potencias imperialistas surgido en el Atlántico norte y Japón a fines del siglo XIX. Los mismos que hoy, capitaneados por Estados Unidos, pretenden continuar dominando al mundo apoyándose en su control de las nuevas tecnologías de la (des) información con sus engañosos atractivos edonistas y consumistas y paralelamente en una estrategia de conquista y recolonización de los pueblos que no vacila en recurrir a sangrientas y destructivas invasiones o a la feroz violencia desestabilizadora disfrazada de protesta social, como en Venezuela y Ucrania.
La cita en Bolivia, por eso mismo, cobra una trascendencia inusitada pues la visible tendencia al tránsito de la hegemonía de Estados Unidos a una reconfiguración pluripolar mundial observada en la última década se ha expresado recientemente en una fractura tectónica del orden internacional.
A la existencia de un fuerte polo de resistencia al imperialismo estadunidense nucleado en torno a las alternativas liberadoras en América Latina y el Caribe se añade la rápida consolidación de la proyección de poder y fortalecimiento de alianzas económicas, políticas y militares por Rusia, China, Irán y otros países de la zona asiática que se niegan a subordinarse a la política exterior de Washington.
En este sentido, han sido decisivas la actitud de Rusia y China para impedir una intervención imperialista en Siria y el contragolpe ruso a la grosera injerencia de la OTAN en Ucrania con la reincorporación de Crimea a la Federación Rusa. De la misma manera, la consolidación de la alianza entre Rusia y China con la nueva visita del presidente Putin a la segunda y la firma del contrato del siglo en el suministro de gas, la venta de sofisticado armamento estratégico ruso al gigante asiático y las multimillonarias inversiones conjuntas acordadas por ambas.
La postura boliviana, con su pensamiento latinoamericanista inspirado en el anticonsumista buen vivir andino, augura a la cumbre del G77 resultados favorables para continuar avanzando en la agenda internacional antiimperialista, antineoliberal y anticolonial. Opuesta a los desmanes del capital financiero, por el derecho de los pueblos a controlar sus recursos naturales, por la democracia participativa y protagónica no limitada al voto, defensora del medioambiente y, por consiguiente, anticapitalista. A la vez, reivindicatoria de la declaración por la Celac de América Latina como zona de paz, opuesta a toda intervención extranjera, y, en particular, a la de Estados Unidos en Venezuela y al bloqueo a Cuba, reclamando la soberanía de Argentina sobre las Malvinas, y reimpulsando la unidad e integración latino-caribeñas representadas por el Alba, la Unasur, el Mercosur renovado y la Celac. Y, por supuesto el derecho inalienable de Bolivia a tener una salida al mar.