Después de la exitosa VI Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac) de septiembre, queda claro que, al asumir su presidencia pro tempore, se cumple el objetivo de México de lograr la unidad regional.
Cuando el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ocupó el cargo por un año en enero de 2020 (extendido por uno más), algunos escépticos dudaron del compromiso expuesto por su canciller, Marcelo Ebrard, de recomponer las relaciones de cooperación dentro de la diversidad que afecta los intentos de cohesión.
Sin embargo, México insistió en que la Celac debía enviar un mensaje de avenencia que permitiera interactuar como socios de manera articulada y reafirmar las prioridades y valores de cada país, y en esa dirección se dirigió em estos dos años de mandato el plan de trabajo aprobado entonces.
Revés de las voces discordantes
Aunque dentro del concierto de naciones hubo voces discordantes como las del Brasil de Joao Bolsonaro, la Colombia de Iván Duque, el Chile de Sebastián Piñera, y algunas más, sus ecos no trascendieron y por encima de esas diatribas se impuso la importancia de Celac como mecanismo regional de diálogo y concertación política.
Bajo esa impronta funcionó en estos dos años gracias a la conducción de México y tuvo repercusión en los debates de temas internacionales en Naciones Unidas, como los relacionados con el cambio climatológico, el bloqueo a Cuba, la situación palestina y otros muchos.
Resulta harto importante el hecho de que, a pesar de la disidencia de los gobiernos de los países mencionados, la organización enfrentó de manera muy efectiva a la Organización de Estados Americanos (OEA) por su injerencismo y sometimiento a Estados Unidos y, lo más importante, la desplazó como interlocutor de la región.
Sin lugar a dudas, la Celac devino en el mecanismo más autorizado para representar a los 33 países miembros ante negociaciones o acuerdos que puedan surgir con otras instituciones globales o potencias individuales y los intentos de concertación política e integración, tan necesarios en estos momentos.
Un ejemplo de ello son los esfuerzos desplegados en estos 24 meses para convertir a la comunidad en un instrumento idóneo para hacer realidad la proclamación de América Latina y el Caribe como Zona de Paz, en la reunión de mandatários en La Habana de 2014.
Nuevo rumbo de unidad latinoamericana y caribeña
La VI Cumbre, reconocida como una de las más trascendentes de la organización, marcó el nuevo rumbo de unidad latinoamericana y caribeña, y presentó a la Celac como un mecanismo articulador para trabajar sobre la base del consenso y la defensa de la paz, orientado a enfrentar desafíos comunes y respetar a su vez las diferentes corrientes políticas e ideológicas de sus integrantes.
Ante voces divergentes sin prestigio en la región como las de los presidentes de Paraguay y Uruguay, esse foro dejó bien en claro que los problemas sociales, económicos, de salud y otros que atraviesa la región, debían ser tratados por encima de los políticos, para hacer énfasis en lo que une y no en lo que separa.
La aplastante mayoría de oradores, al rebatir los objetivos de esos dos presidentes de hacer fracasar la reunión, advirtieron que la situación regional no está para asuntos ajenos a la cohesión. La diversidad es pluralidad, unidad y lucha de contrarios, y lo más importante: su interpretación no debe ser retórica, sino estímulo para la acción, reafirmaron.
Ese fue uno de los mensajes más trascendente que la cumbre de México envió al mundo al igual que, ante la subordinación de la OEA a Washington, el de convertir la Celac en interlocutora válida de la región en todos los procesos de diálogo y negociación.
Ello significa la creación de un nuevo paradigma en la interlocución del sur del continente con el norte en el que no caben instituciones como la OEA.
Así se expresa en los 44 puntos de su declaración final en los que se resume los lazos históricos, los principios y valores compartidos, la confianza recíproca, el respeto a las diferencias, la necesidad de afrontar los retos comunes y el avance hacia la unidad en la diversidad a partir del consenso regional.
En ellos convergen todos los elementos de concordia que tanta falta hacen a Nuestra América, como la denominó en 1891 el Héroe Nacional de Cuba, José Martí.