Copa América vs. Eurocopa: fútbol y eurocentrismo
Richy Villegas* y Oscar Lloreda**
Lunes, Julio 12, 2021

“Tenemos derechos a ser iguales cuando las diferencias nos inferiorizan, y tenemos derecho a ser diferentes cuando la igualdad nos descaracteriza”.
Sousa Santos, en Desaprender para aprender 

La visión mass-mediática del fútbol, como del deporte en general, suele medir el desempeño sobre la base de criterios cuantitativos basados en la racionalidad instrumental, medio/fin, que caracteriza al pensamiento occidental. El número de personas o espectadores que siguen la competencia, el despliegue logístico, organizativo y la infraestructura de los torneos; las estadísticas, los records y el resultado de los equipos y jugadores; así como, por supuesto, la rentabilidad económica, forman parte de los elementos que sirven a los analistas para responder a las —siempre occidentales— preguntas sobre cuál es el mejor equipo, cuál es el mejor jugador y, últimamente, cuál es el mejor certamen o continente.


Lo incuestionable en estos análisis, aquello sobre lo cual nunca se dice ni se pregunta, son los pre-supuestos que sirven para instalar tales criterios como definitorios de la superioridad de unos con relación a otros. En otras palabras, se advierte un silencio frente a la pregunta, “¿Por qué es mejor lo que consideramos mejor?”, lo cual, en el fondo, es una pregunta por el contenido con el que definimos nuestros criterios. ¿Es “mejor” el equipo que gana un juego? ¿Es “mejor” el jugador que anota más goles? ¿Es “mejor” el jugador que obtiene más campeonatos con su equipo?


Antes de interrogar por la naturalizada búsqueda de lo “mejor” y su occidental lugar de enunciación, resulta imperativo indagar sobre la genealogía de este sedimentado sentido común que responde a la racionalidad instrumental del cálculo. Desde el Sur, desde nuestra historia futbolística, nos preguntamos por la alegría del fútbol, por la gambeta, el corazón y la garra: ¿Debe sufrir el fútbol la irremediable condena de la razón calculadora? ¿Debe ser la pasión reducida al número estadístico? ¿Queda espacio hoy para habitar un fútbol-otro?


De repente, cuando nos cuentan que existe un fútbol con fuertes convicciones populares donde históricamente se privilegia el sentir, la emoción, la habilidad, el genio, la entrega, el corazón, el pundonor, el sudor y las lágrimas como parte de una identidad articulada simultáneamente con una rica y compleja diversidad táctica, cultural y estratégica, inmediatamente dudamos de quien lo afirma por “atrasado”, “pasional”, “no-racional”, “arcaico”, “pre moderno”, “anticuado”, “bárbaro”, es decir, como si se tratara de una condición a ser superada.


“Eso no es suficiente”, responde la razón calculadora. El objetivo del juego es ganar, ser mejores, no la “belleza del juego” (Bielsa dixit). Frente a la posible disyuntiva “belleza del juego” vs. “victoria”, “ser feliz” vs. “ser pragmático”, “ser bueno” vs. “ser mejores”, Occidente responde enfáticamente: lo único que importa es el resultado, ganar equivale a ser mejores. La ciencia Moderna, entonces, acude al rescate y funda la “ciencia aplicada al deporte”, la “sabermetría”, que exige de los jugadores menos alegrías y más resultados: mayor velocidad, mayor fuerza, mayor potencia para largos recorridos e inmensos sacrificios; todo lo cual hace, en tanto y en cuánto, “más probable” el triunfo. Valdría incluso dejar de ver el juego y simplemente revisar las estadísticas una vez concluido para tener una perspectiva científica. El fútbol deviene un accesorio de la ciencia, útil y necesario en la medida que provee los datos para el “análisis” sin sabor, color, ni olor.


No obstante, quien nos da una pista para advertir el reduccionismo implícito en esa forma de proceder es Abdennur Prado.

Sólo alguien con el corazón enfermo pensaría que la verdad de las matemáticas es la única posible, pues eso implica que solo puede ser verdadero aquello que puede ser contado, sometido a cálculo, medido […] Una gota más una gota no son dos gotas, es una gota más grande. Todos podemos comprobarlo. 1 + 1 = 2 es una proposición verdadera dentro de una física de sólidos. No es ni siquiera una verdad absoluta desde un punto de vista de la ciencia, si aceptamos la posibilidad de una física de líquidos. Y luego están los sueños, los sentimientos, la experiencia interior, los espejos, la imaginación creadora, la experiencia estética, la poesía… En todos estos ámbitos no rige como una verdad absoluta la proposición según la cual 1+1=2. Pues no todo en la creación es cuantificable.


Pero la forma de jugar está definida de antemano. El análisis científico es concluyente: No más gambetas, ni adornos, mucho menos diversión. Se trata de riesgos innecesarios propios de una era pre-científica del fútbol. Fuerza, velocidad y disciplina táctica. El fútbol no es para sentirlo, es para pensarlo y cuantificarlo. Al fin y al cabo “nadie” dijo “Siento, luego existo”.


Saque inicial


La simultaneidad de la Copa América y la Eurocopa este año 2021 ha provocado un recurrente cuestionamiento en clave de desprecio por el fútbol suramericano. Más que un debate parece circular una única voz que sentencia sin dudarlo: “Europa se encuentra un escalón por encima; Brasil es el único que podría desafiarlo”. Como consecuencia lógica de esa “distancia” entre nuestro fútbol suramericano y el fútbol europeo, la condena también resulta unilateral, unísona y altisonante: “Tenemos que ser como Europa”.


La comparación, como ya anticipamos, se efectúa sobre la base de presupuestos y criterios implícitos, incuestionados e incuestionables. La racionalidad del número atraviesa todo el argumento, independientemente de la dimensión analizada. La convicción de este discurso suele pasar por el análisis de cuatro dimensiones: logística-organizativa, mediática, arquitectónica y deportiva. En todos los casos se trata de una comparación que pretende validar o invalidar a partir de un conjunto de criterios que suele ignorar la economía política del fútbol y, en particular, la desigual y diferencial circulación de capitales económicos, políticos y simbólicos en ambas regiones.


“Mayor cantidad y mejor calidad” es la consigna ¿Y quién podría estar en contra? Acaso un loco, desprovisto ya de toda razón y capacidad de juicio. ¿Qué tan necesaria resulta la razón y el juicio? Lo contrario de aquella consigna parece ser “menor cantidad y peor calidad”, algo inaceptable. Sin embargo, cabría hacer aquí una analogía extra-futbolística que no sólo ilustra sino ubica los discursos: “Mayor cantidad y mejor calidad” se corresponde al discurso del “vivir mejor” anclado en la irracionalidad de la vida que caracteriza al “ego conquiro”, depredador e incapaz de satisfacción alguna; por tanto, su opuesto no es “menor cantidad y peor calidad”, sino el “buen vivir” o el “vivir bien”, lo que significa privilegiar la felicidad y la armonía de nuestros actos.


Lo contrario, por tanto, de la exigencia de “mayor cantidad y mejor calidad” es simplemente “buen fútbol”, donde lo “bueno” del fútbol, no refiere a una variable estadística, a una cuantificación u objetivación numérica de la calidad, pues eso sólo sería cuantificar, instrumentalizar y calcular “una dimensión de la realidad, aquella que se somete a la sola cuantificación. Y cuando la razón confunde esta dimensión de la realidad con toda la realidad, entonces no sólo reduce la realidad, sino que también reduce y empobrece la razón y la humanidad” (Bautista, J.J. 2015, p. 79), empero, lo “bueno” del fútbol hace referencia a la relación del fútbol con la vida, esto es, a la pasión sintiente que el juego es capaz de poner a circular a partir de su despliegue. El fútbol, visto así, es una forma de locura, en tanto se plantea una renuncia a la sola razón moderna que, colapsando la facultad humana de razonar con su forma de racionalidad vista como la razón sin más, reduce y subordina a una pragmática resultadista las decisiones que se encuentran ya resueltas de antemano por la “sabermetría”, haciendo del juego un mero accesorio del discurso científico; y también supone una renuncia al juicio, que lo somete a una relación exclusivamente competitiva y comparativa, basada en el permanente establecimiento de jerarquías y distinciones.


Sin embargo, en los límites de esa reflexión, se nos impone Europa como espejo; esto es, como el reflejo de lo que debemos ser y que nunca hemos sido; se manifiesta la renuncia a nuestra otredad fundamental para homogeneizarnos en lo mismo. El reto actual, visto según la mayoría de analistas, es superar nuestro aparentemente primitivo instinto futbolístico y reemplazarlo por conocimiento futbolístico. Si acaso todavía somos considerados como voces legítimas dentro de este deporte no sería tanto por nuestra situación actual, sino por nuestras glorias pretéritas, pues los once campeonatos alcanzados cumplen con la cuota mínima de resultados que la sabermetría exige, pero no serían suficientes para garantizarnos voz propia para siempre.


Los últimos cuatro mundiales sin un ganador suramericano parecen dar cuenta de la mentada distancia. La ciencia aplicada por Europa trajo los resultados esperados. En su dimensión logístico-organizativa, no por casualidad se repite la idea/fuerza de que las Eurocopas “parecen mundiales sin Brasil y Argentina”, pero con todo el orden y la formalidad de los grandes acontecimientos. Su comercialización y audiencia alcanza todos los continentes, y supera con creces la de cualquier otro que no goza de la misma cobertura. Y en tiempos de Covid-19, la presencia en sus estadios ha sido permitida y multitudinaria, a diferencia de la Copa América. En su dimensión arquitectónica, los estadios evidencian un mejor mantenimiento, tanto en sus áreas internas como en las de acceso general, y el césped goza de mayor cuidado. Finalmente, en la dimensión deportiva, los criterios privilegiados de “fuerza, potencia y velocidad” al servicio de la solución corta del pelotazo largo en el estilo de juego, hacen ver a los equipos europeos muy superiores.


¿Tenemos, entonces, que ser más europeos?


Primer Tiempo


Desde finales de los años noventa e inicios del siglo XXI, el fútbol y los deportes en general se vieron afectados por el desarrollo tecnológico. Lo que hasta acá hemos denominado como ciencia aplicada al deporte y sabermetría refiere justamente a este fenómeno de tecnologización del deporte. Los países del Norte, Europa en el caso del fútbol, asumieron este desarrollo como una oportunidad para fortalecer su desempeño deportivo. Su propia visión del mundo coincide, enteramente, con este despliegue tecnológico, de modo que existe entre su filosofía, su despliegue tecnológico y su fútbol, una relación de identidad simbiótica. La fuerza y velocidad, el pragmatismo de los resultados, y el resto de los criterios antes comentados, no son, por tanto, criterios estrictamente futbolísticos sino fundamentos del modelo de vida europeo que se vieron reforzados —objetiva y subjetivamente— por los nuevos desarrollos tecnológicos.


La expansión de las tecnologías dejó a Suramérica frente a una nueva disyuntiva, pues la concepción del mundo que ellas despliegan resulta, en muchos sentidos, contradictorios con su propia cosmovisión; mientras una renuncia a ellas significaba, en términos prácticos, aislarse del resto del mundo y negar las posibilidades inmediatas que tales tecnologías abrían para su población, principalmente en términos económicos. De modo que la región, incluido su fútbol, acogieron con una mezcla de resignación y esperanza el desarrollo tecnológico que se le imponía y que, inevitablemente, tendría implicaciones sobre su propia identidad.


Quizás quien mejor haya sintetizado las dos últimas décadas de nuestro fútbol en relación con el europeo ha sido Hernán Crespo:

Mejoraron en el desarrollo físico y perfeccionaron el pase y la recepción, mientras nosotros extraviamos la gambeta […] más gambeta me gustaría ver. O, si hubiésemos decidido cambiar de paradigma, entonces hacer mejor lo que tan bien ejecuta Europa, que es la referencia. Ellos mejoraron lo que hacían bien y mejoraron también su déficit, y en Sudamérica ya no gambeteamos como antes […] nuestro instinto y nuestra agresividad competitiva nos alcanzaba para igualar y hasta superar a los europeos. Hoy nos ha quedado la ferocidad competitiva.

Ni chicha, ni limonada, pues nuestro fútbol suramericano sufre de indigestión, al no saber digerir y hacer suyas las potencias de Europa y renunciar al mismo tiempo a sus propias potencias. Encallado en nuestra tragedia posmo-eurocéntrica no logramos avanzar hacia las irreductibles regiones de la creación y la fantasía. Nuestro discurso futbolístico se regodea entonces en el desprecio a lo propio como “lo otro”, y el deseo de plegarse a “lo mismo”, lo europeo, como última salvación. La indiferencia se impone como horizonte: hay que ser igual a lo mismo, a Europa. El europeo es mejor y nos-otros lo seremos en la medida que imitemos su traza, su camino, su fuerza, su velocidad y su ethos.


Segundo Tiempo


Si el eurocentrismo, consciente o no, es el lugar antropológico (que no geográfico) del enunciante que presupone a Europa implícitamente como terreno de la reflexión y determinación interpretativa, como el lugar más acabado y más avanzado del mundo y el deporte, como el ideal abstracto que subyace en el horizonte que debemos alcanzar, entonces la práctica futbolística y la racionalización moderna/modernizante del fútbol representan una única y unívoca posibilidad, aquí vista como colonialidad de virtualidades, discursos y realidades. Como gran sistema sintético de la tradición de Occidente, en el pensamiento y práctica eurocéntrica, en su racionalidad instrumental, se repiten debates, tendencias, tensiones y contradicciones propias de esta tradición cultural. Asistimos, pues, a una fascinación por lo foráneo en tanto reproductores de una subjetividad colonial. Estando esta única visión/fascinación presente desde sus orígenes, el fútbol y su diversidad de escuelas nunca hubieran podido ser otra cosa. Otras tendencias y otras posiciones, también presentes en las distintas escuelas del fútbol mundial, nunca hubieran podido convertirse en lo otro, lo pluridiverso, múltiple, rico y complejo. Sin embargo, fueron algunas corrientes, algunas posiciones, algunos extremos de las tensiones los que se desplegaron plenamente para llegar a constituir lo que hemos llamado aquí el eurocentrismo y el fútbol, o vale mejor decir, la colonialidad del discurso y la práctica futbolística en tanto expresión eurocéntrica del mismo: el fútbol de las principales corrientes y escuelas identificadas con la tecnologización de este siglo, el cálculo de maximización y eficiencia, el jugador estadístico de las ciencias aplicadas, etcétera. No obstante, asumimos, reconocemos, la existencia de otras opciones, de tensiones y alter-nativas distintas a las que se constituyeron en el eurocentrismo realmente existente de este siglo, en ese provincianismo que contribuyó a transformar el mundo, homogeneizándolo y uniformizándolo. Pero, lo que nos interesa explorar no es la virtualidad de lo que hubiera podido ser, sino la realidad de lo que históricamente fue ocurriendo: lo que el fútbol propio, bajo esas premisas, está siendo.


En ese sentido, pensamos que la filosofía futbolística del centro, de Europa, está sumamente restringida en su problemática nordocéntrica y occidentalocéntrica. Estudia sólo sus propios asuntos de manera moderna/cartesiana y en función de su propia práctica secularizada, es capaz de omitir y hacer tabla rasa de años de inmensa tradición futbolera desde la historia mundial. Todos los restantes espacios geoculturales son simplemente desdeñados, inferiorizados y desacreditados, pues simple y llanamente Europa

Cree, como el avestruz (que cuando es atacado esconde su cabeza en el plumaje), que tratando sus problemas ya ha construido una filosofía adecuada para todo el mundo. Su antigua enfermedad eurocéntrica le lleva a pensar que su particularidad es lo universal, por donde deberán pasar, de una manera u otra, todos los pueblos de la Tierra. (Dussel, 2007, p. 552)


El fútbol europeo, en consecuencia, no sería simplemente una forma más, entre tantas posibles, de comprender y practicar este deporte, sino su realización plena: El fútbol europeo es “el fútbol”. En ese sentido, partir del Sur, de lo propio, de lo que hoy somos, no significa ubicar nuestro continente como un lugar superior, capaz de —ahora sí— llevar al fútbol a su más acabada realización. Aquello sería invertir los términos del debate para caer nuevamente en lo que por definición queremos trascender. Significa, por el contrario, estar atento y romper con la fascinación de origen eurocéntrico para poder ver más allá.


No obstante, vale aclarar el sentido que encierran esas definiciones, pues, para la canadiense Catherine L’Ecuyerla mientras la “atención” refiere a una actitud de descubrimiento, una apertura hacia la realidad desde la cual formulamos preguntas y buscamos respuestas sin ningún filtro ni prejuicio, la “fascinación” es esa actitud pasiva ante estímulos novedosos, frecuentes e intermitentes que genera un estado de embotamiento. Cuando el análisis del fútbol se encuentra orientado por la fascinación, se revela una ausencia de pensamiento crítico y una disminución de la facultad de sentir, lo cual posibilitaría el olvido de sí, o una renuncia a lo propio, que ocurre paralelamente a la incorporación acrítica de lo mismo, lo europeo, universalizado.


Frente a la fascinación eurocéntrica que conlleva su incorporación acrítica, partir de sí es afirmar una apertura que trasciende nuestra propia existencia. Significa salir de lo establecido irrumpiendo en una subjetividad otra que no es nueva sino raíz. Es buscar lo potencial de lo real; potencialidad que es siempre direccionalidad, ámbito de creación de alter-nativas futbolísticas siempre posibles. Si la realidad se construye, el objeto de la apertura es entonces la trans-formación de lo dado en horizonte histórico; esto es, en última instancia, lo futbolístico del conocimiento: el conocimiento así es creador porque la realidad es transformación continua.


La diversidad encarnada por el fútbol. Al recuperar el carácter moviente de la realidad y conscientes de nuestras propias raíces, nos recuperamos también como sujetos involucrados en una transformación que siempre y, en última instancia, constituye la realidad que vivimos ya no desde la fascinación por lo foráneo, sino desde la fantasía, el genio y la creatividad que nos habitan. Así como la realidad está en constante proceso de transformación, así también el sujeto, que necesita pensar esa realidad desde sí para desdoblarse y transformarse en un mismo movimiento.


Pitazo final


Si acaso nuestra preocupación inicial se confunde con la urgencia de defender lo nuestro, el fútbol suramericano, frente a la pretendida superioridad europea, bastaría con responder que la propia necesidad por dilucidar lo “mejor” responde ya a las lógicas coloniales que circulan a través del discurso futbolístico eurocéntrico. Y no se trata acá de rehuir el debate sino todo lo contrario: ubicar sus coordenadas de referencia, localizarlo, para poder desplazarnos desde ahí. De tal manera que la pregunta por el “mejor”, no sólo exige de nosotros la identificación de los criterios para ofrecer una respuesta, sino también los pre-supuestos que tanto la pregunta como los criterios encubren, esto es, el mundo que posibilita tales enunciados.


Uno de los discursos menos comprensibles para los habitantes originarios de Nuestra América es aquel que convoca permanentemente a “vivir mejor”. Lo “mejor”, ya sea comparado consigo mismo o con los demás, se encuentra posibilitado por el acto separador efectuado por el ego. Lo “mejor” es una fórmula discursiva que separa para uniformar, estableciendo matrices jerárquicas que se configuran como ethos de vida. Lo “mejor” supone la búsqueda de una superioridad que implícitamente requiere de un otro incapaz de lograrla, lo cual obliga a un movimiento ascendente infinito que encuentra su correlato en el uso insostenible e irracional de los recursos disponibles para la vida. Por esta razón, cualquiera de las respuestas posibles, “El fútbol de Europa es mejor” o “El fútbol de Suramérica es mejor”, solo cumple la función de re-producir y reafirmar el orden colonial que la pregunta presupone e inscribe en el discurso como huella indeleble.


Sin embargo, se argumentará que hemos reivindicado lo nuestro, la historia y la identidad del fútbol suramericano y que, de alguna manera, inclinamos la balanza para sesgar la respuesta. Una lectura atenta advertiría nuestros desplazamientos para abandonar la superficialidad de la pregunta inicial y adentrarnos en las consecuencias de su despliegue. Es así como observamos que la colonialidad del discurso futbolístico eurocéntrico resulta en un ejercicio de la violencia epistémica que se podría comprender con mayor precisión desde la categoría de epistemicidio (Souza Santos dixit). Esto significa, como ya anticipamos, que este “partir de sí” o hablar desde lo que hoy somos, no irrumpe bajo la voluntad colonizadora, sino con la voluntad de resistencia para poder existir. De modo que la urgencia por aquel “volver a la raíz” más que el retorno a una identidad prístina y pura expresa la urgencia de lo-otro como posibilidad.


Por ello no hemos tomado partido por Suramérica o Europa, pero hemos tomado partido por el “buen fútbol” en lugar del “mejor fútbol”. Hemos tomado partido, en definitiva, por la diversidad, por la posibilidad de existencia y reconocimiento de lo-otro. Y frente al unísono y consensuado despliegue eurocéntrico del discurso mediático, hemos tomado partido por el-otro sometido a la violencia epistémica y, por tal razón, hemos reivindicado el fútbol suramericano.


Finalmente, si acaso fuera necesario hablar del “buen fútbol”, tendríamos que decir que se trata de un fútbol diverso, un fútbol que se corresponde a la historia y la sensibilidad propia de sus jugadores, así como a la transformación que sucede gracias al encuentro con el-otro que ocurre en el campo de juego. Podríamos afirmar provocadoramente que la garantía del buen fútbol no se encuentra en el ejercicio de la razón moderna, ni en su despliegue tecnológico, pues toda ella puede ser teóricamente reproducida por cualquier equipo y cualquier jugador siguiendo el método científico; lo que garantiza el buen fútbol, por irrepetible, por intraducible, es el sentimiento. La razón sin pasión es incapaz de habitar la diversidad. El buen fútbol es un fútbol auténtico, un fútbol que, además de pensarse, se siente y transforma.


*Arquitecto
richy_1910@hotmail.com


**Comunicador Social
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