La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico -OCDE- es un club de los 35 países más ricos del planeta. A este club fue recientemente admitida Colombia. La OCDE considera desde 2011 que la Inteligencia Artificial -IA- es el pilar del crecimiento económico. Los Estados hacen inversiones millonarias en infraestructura para atraer esa floreciente economía.
Según un informe del Instituto de investigación IRIS, la Inteligencia Artificial es un sector económico que sigue siendo considerado de alto riesgo. Por lo tanto, los Estados deben promoverlo siendo los primeros en hacer inversiones millonarias en esa rama, para generar confianza.
Colombia no se queda atrás. En agosto del 2020, IBM abrió en Bogotá el mayor centro latinoamericano de inteligencia artificial llamado Centro Cognitivo de Transformación. Mientras la IA ya está en uso en la principal empresa petrolera del país, Ecopetrol, y en varias universidades se pretende usarla para desatrasar la rama judicial, creando un juzgado para el futuro.
Ese tipo de tecnología está usándose en varios sistemas jurídicos. El problema principal es que se basa en patrones de la jurisprudencia. Es decir, condenan el derecho a dejar de evolucionar.
Hoy en Estados Unidos la Inteligencia Artificial se usa en las empresas prestadoras de servicios de salud. Un estudio reveló que el programa favorece pacientes blancos, ya que se basa en los patrones existentes.
Nos prometen que el sistema de justicia se desatrasará ya que con robot a cargo de los fallos podremos seguir procesando tanta gente sin que se demore tanto el sistema humano. Los marcos legales están establecidos en Colombia a través de la Ley de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones. Por eso es necesario entender la relación entre Big Data (Macrodatos, por su traducción del inglés), red 5G e Inteligencia Artificial. Es un tanto técnico pero nos permite entender lo que está sucediendo.
Lo que llamamos Inteligencia Artificial son programas informáticos dotados de su propia inteligencia. Pueden aprender, actualizarse y desarrollarse sin que podamos entender (las personas) lo que hacen. Ya existen miles de de estos programas. Como hemos visto en películas, unos son amigos o parejas imaginarias de algunas personas, otros trabajan en la industria militar y en múltiples sectores de la industria. Son capaces de manejar mas información de la que el cerebro humano pueda entender. Por lo tanto, son esenciales para el manejo de grandes cantidades de datos, como es el Big Data.
Para poder recolectar siempre más datos, hay que aumentar la velocidad de conexión del internet y aumentar la cantidad de dispositivos que se conectan a él. Es decir, aumentar la capacidad de la red de Internet. Al igual que sucedió con los números de teléfono, las direcciones IP (que son diferentes para cada dispositivo conectado a una red,) ya no son suficientes. Por esto tenemos que pasar de un sistema IPv4 de 9 dígitos a un sistema IPv6 de 17 caracteres.
Con este nuevo sistema, pasaremos gradualmente de los 4.300 millones de direcciones IP disponibles actualmente a un potencial de 340 decillón (número equivalente al que tiene un valor de más de 36 ceros) o sextillón. En resumen, un número casi infinito de dispositivos que pueden ser conectados. Ya en 2017 el Foro Económico Mundial declaró que “entre 50.000 y 100.000 millones de objetos estarán conectados en 2020”.
Estas cifras aumentan exponencialmente con la instalación de la red 5G, un nuevo sistema wi-fi que hará gradualmente obsoletos los computadores y teléfonos móviles que tenemos hoy en día. La red 5G permite la captura de ondas milimétricas, lo que aumentará considerablemente la velocidad de Internet y el número de objetos que pueden conectarse a ella. Sin embargo, la implementación de la red 5G a escala mundial se hará de manera gradual y puede llevar algún tiempo, porque es complicada de instalar. Hay que cambiar las actuales antenas e instalar en todas partes, ciudad por ciudad, miles de millones de pequeñas cajas que permiten que estas ondas cortas sean accesibles en todas partes para que la Internet sea casi inmediata.
Estas transformaciones siempre nos son presentadas como mejoras, progreso. ¿Quién no quiere poder descargar una película de dos horas en menos de 10 segundos? ¿Y que un video pueda aparecer en 3D en su celular? ¿Quién se quejaría de mejorar el acceso a Internet en los rincones más remotos del planeta? Esa combinación de Red 5G y de Inteligencia Artificial ha llevado a las empresas y sus voceros en el Gobierno a hablar de lo que llaman las Ciudades Inteligentes. Estas son ciudades donde todo está interconectado con sensores. Donde vivirán el 70% de la población mundial antes del 2050, según las Naciones Unidas. Y donde permitirán usar la Inteligencia Artificial para conectar educación, transporte, salud y usar los datos de las personas para prever y mitigar problemas.
Las empresas de seguridad cibernética están preocupadas ya que este aumento exponencial del número de conexiones aumenta en gran medida el riesgo de piratería y la vulnerabilidad de los sistemas, entre otras cosas. También hay todo un movimiento que denuncia los desconocidos impactos en la salud de estas nuevas ondas. Si bien la OMS afirma que los efectos de las ondas aéreas en general y de las 5G en particular sobre la salud son insignificantes; Suiza, por ejemplo, ha decidido crear una comisión federal para analizar los impactos desde su propio territorio. Si la oposición al 5G se presenta como algo descabellado en los medios de comunicación, la represión contra el movimiento anti 5G no se hace esperar. Se asocia a adeptos de la teoría de la conspiración a las personas que son acusadas de destruir torres o antenas en Europa o en Canadá.
El Internet de las cosas, que solo se desplegará completamente una vez que la red de 5G esté completamente instalada, es la idea de que todos los objetos que nos rodean y que usamos todos los días están conectados: nuestros relojes, gafas, cepillo de dientes, espejo, mp3, nevera, coche, todos los electrodomésticos, hasta casas inteligentes y equipadas con sensores y cámaras para ayudar a vigilar a nuestros hijos.
Es el futuro de lo que conocemos como el “Ok Google” que nos cuenta chistes e interactúa con nosotros cada día de manera más humana. Este futuro cercano supone que cada uno de los objetos están conectados a Internet, con su propia dirección IP. Los programas de asistentes inteligentes como Alexa o Google Home son un primer paso en esta dirección y tienen como objetivo acostumbrarnos a vivir con IA. Aunque este todavía nos parece un concepto abstracto, se desplegará masivamente en los próximos 10 años.
Nueva era y pandemia
El Centro para la Cuarta Revolución Industrial, creado por el Foro Económico Mundial en San Francisco (Estados Unidos), se define como una “red para la gobernanza mundial de la tecnología”, cuya misión es “maximizar los beneficios de la ciencia y la tecnología para la sociedad, en asociación con los gobiernos, las empresas privadas y los expertos”.
Por lo tanto, la cuarta revolución industrial (que consiste en “vincular los sistemas físicos, biológicos y digitales”) está en marcha y la pandemia ofrece un contexto perfecto para acelerar su implementación. Ha permitido que se produzcan dos procesos simultáneos: por un lado, se nos pide que reduzcamos la mayoría de nuestros contactos humanos y relaciones cara a cara; y por otro lado, nos vemos obligados a aumentar nuestro uso de Internet y nuestros contactos con el mundo digital.
En ese proceso estamos aumentando nuestra dependencia de la tecnología. Las pantallas se están convirtiendo en el modo exclusivo casi de acceso al mundo. El comercio en línea está creciendo, incluso para la compra de nuestros alimentos y pago de servicios. Estamos viendo el surgimiento de todas estas plataformas para los servicios de salud en línea, la educación a distancia y el teletrabajo, por nombrar sólo algunos.
Sin embargo, aunque la era digital evita imprimir tanto papel, su contribución a la reducción del daño ambiental se detiene ahí. La visualización de vídeo en línea, la descarga incesante y las videoconferencias implican miles de servidores (la mayoría de los cuales se alimentan de carbón en los Estados Unidos). Navegar por Internet contamina tanto como la industria aeronáutica. Se espera que las cifras aumenten. Todo esto sin hablar de la obsolescencia programada de nuestras computadoras, teléfonos y productos de consumo en general.
Como señala Naomi Klein, los planes de desarrollo de ciudades inteligentes, basados en la vigilancia y la interconexión de datos se enfrentaron a mucha resistencia antes de la pandemia debido a la escala de los cambios propuestos. La pandemia parece haber hecho desaparecer estas reticencias, actuando como un choque para hacer aceptable que nuestros hogares se conviertan en nuestra oficina, nuestro gimnasio, nuestra escuela e incluso nuestra prisión si el Estado lo define. Pero Klein también señala que la economía digital está condenando a los más pobres del mundo a trabajar en condiciones cada vez más abyectas para hacer posible este desarrollo tecnológico, ya sea que se trate de los trabajadores de las minas de litio para teléfonos inteligentes y coches eléctricos o los de los almacenes y talleres de explotación del Amazonas.
Este salto en la economía digital, la organización de la sociedad y la vida social beneficia directamente a los gigantes de la web como Amazon, Facebook, Google y Microsoft. Estos últimos, están en el centro del desarrollo del capitalismo de vigilancia. Su modelo de negocio, que depende del Big Data, se basa no solo en la vigilancia del comportamiento en línea de los individuos para la recopilación de datos, sino también en el cambio del comportamiento humano y social en esta nueva normalidad en la que estamos y estaremos cada vez más “conectados”.
¿Quién se está enriqueciendo?
Mientras que la pandemia parece estar generando una reconfiguración de las fuerzas dentro del capitalismo global, las personas más ricas del planeta se están beneficiando. La Organización No Gubernamental internacional Oxfam señalaba el 27 de julio en su informe sobre la pandemia titulado Quién paga la cuenta que mientras 52 millones de latinoamericanos están cayendo en la pobreza, los millonarios del continente aumentaron sus fortunas en un 17% en tan solo tres meses.
Esta es una tendencia global. Entre el 18 de marzo y el 19 de mayo de 2020, la fortuna mundial de los 600 multimillonarios estadounidenses aumentó en 434.000 millones de dólares y los jefes de las multinacionales del Silicon Valley son los que más se han beneficiado. Las medidas de confinamiento de la población y el cierre de empresas han dado lugar a un aumento de las compras en línea y a la necesidad de mantenerse conectado a través de las redes sociales, lo que ha disparado el valor de las acciones de GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) y de las empresas de alta tecnología en general.
Entre marzo y mayo, la fortuna de Jeff Bezos -fundador y jefe de Amazon- aumentó en más de un 30% (equivalente a 24.000 millones de dólares). Esto es cuatro veces más grande que el aumento habitual de su fortuna. Durante el mismo período, la fortuna del jefe de Facebook (Mark Zuckerberg) saltó en más de 46% (54,7 mil millones de dólares). Con el telón de fondo de estos acontecimientos, los títulos de Amazon y Facebook alcanzaron un máximo histórico durante la semana del 22 de mayo. Mientras tanto, 39 millones de estadounidenses perdieron sus empleos como resultado de la pandemia. Se prevé que 40 millones de personas en Latinoamérica pierdan sus empleos.
El mundo según Google
Al inicio de la pandemia, Google dio a conocer los datos sobre el movimiento de millones de personas que viven en 131 países para demostrar el impacto del confinamiento en la movilidad. Así reveló al mundo las extraordinarias posibilidades de vigilancia que permiten los teléfonos inteligentes, las tecnologías de geolocalización y aplicaciones como los mapas de Google. Poco después, Google y Apple anunciaron que unirían sus fuerzas para desarrollar una aplicación de rastreo a gran escala, presentada como una solución para prevenir el brote de oleadas sucesivas de la pandemia.
Los planes de Google no son ni secretos ni nuevos. Pero la pandemia le está permitiendo moverse más rápido de lo esperado en su reorganización del mundo. Google está aprovechando la situación para ampliar, entre otras cosas, su cartera de información médica.
Desde 2006, Google Health ha tratado de obtener voluntariamente los datos de salud de millones de personas para desarrollar y promover el uso de la Inteligencia Artificial en el sector de la salud. Actualmente es una de las principales inversiones de este imperio y su objetivo es desarrollar herramientas que permitan diagnosticar, prevenir y sobre todo predecir enfermedades. La capacidad de predecir está en el corazón del desarrollo de la Inteligencia Artificial: a partir de los datos extraídos de sus hábitos de vida (sus compras, sus viajes, sus comentarios en línea, etc.) y de los algoritmos, Google manifiesta abiertamente que quiere ser capaz de predecir las enfermedades que desarrollaremos y hasta nuestras próximas conductas y ser capaces de influir en ellas. Estamos hablando de ingeniería y determinismo social, lo cual es preocupante, por decir lo menos.
Los famosos Captcha, esas imágenes que aparecen en nuestras pantallas para verificar que no somos un robot, ya sea identificando una palabra en un libro para actualizarla en Googlebook o identificando señales de tráfico para enriquecer la base de datos para desarrollar sistemas de reconocimiento de carros sin conductor, son solo la punta del iceberg de los datos recogidos a alta velocidad.
Google ha estado invirtiendo masivamente desde 2013 en un proyecto de investigación de la salud que utiliza la información de sus usuarios para encontrar una solución al problema del envejecimiento y la mortalidad. Uno de sus directores, Ray Kurzweil, promete que en 2029 se hablará de la inmortalidad. Mientras tanto, podemos hacer que nuestros seres queridos fallecidos existan físicamente a través de la inteligencia artificial, un poco como en el episodio de San Junipero (para quienes siguen Black Mirror). Son miles de millones que no se invierten en la salud de todos sino en el diseño del futuro.
Google utiliza los datos de sus usuarios para estas investigaciones que pueden parecer descabelladas pero que forman parte de un plan desarrollado conscientemente para el mundo de mañana.
El mundo según Amazon
Miremos por un momento el caso de Amazon y a su jefe Jeff Bezos. El hombre más rico del planeta. Con una fortuna de 113.000 millones de dólares, seguido de cerca por Bill Gates con una fortuna de 98.000 millones de dólares. La mayoría de la gente ve a Amazon como una simple empresa de comercio en línea, pero esto es una percepción errónea porque es solo la punta del iceberg del imperio que Jeff Bezos está construyendo.
Su objetivo es obtener el control de una parte significativa de la infraestructura económica mundial. Además del comercio electrónico, Amazon es el número uno del mundo en almacenamiento y centros de datos, controlando más de 120 centros de datos en todo el mundo (estos sitios físicos donde se guarda lo que esta en la “nube”).
Muchos gobiernos y un número infinito de compañías ya almacenan sus datos en los servidores de Amazon, esto le da a la compañía un enorme control sobre la industria de los datos. Pero la ambición de Amazon va mucho más allá. Lo que Jeff Bezos trata de conseguir es convertirse en un eslabón clave de la cadena de producción y distribución del comercio internacional al convertirse en la interfaz entre todos los principales compradores y vendedores, ampliando su control sobre el sector de la logística y la entrega de paquetes. En cierto modo, quiere tener la mayor infraestructura y red de distribución del mundo. En plena pandemia, Bezos obtuvo los permisos para lanzar una red de miles de satélites que garantizaran el acceso a Internet (a través de sus servicios) en lugares remotos del planeta.
Amazon es, sin duda, el gran ganador entre las empresas que se han hecho más ricas durante la pandemia. Sus ventas han aumentado un 26% mientras que las denuncias de los sindicatos sobre el incumplimiento de las instrucciones sanitarias para proteger a los trabajadores de sus almacenes estallan por todas partes.
Pero los otros gigantes de Silicon Valley no se quedan atrás. A finales del primer trimestre de 2020, todos ellos han registrado un aumento en sus ventas: Google +13%, Facebook +18%, Microsoft +15% y Apple +1%. Además, la compañía de inversiones MKM Partners ha creado un nuevo índice llamado Stay home index para listar las compañías que mejor se desempeñan en estos tiempos de pandemia. Alrededor de 30 grandes empresas figuran en el índice, entre ellas, Amazon, eBay, Alibaba, Netflix, Facebook, Zoom y Slack.
Además de las empresas líderes en la economía digital, otros sectores económicos también se han beneficiado de la crisis de la Covid-19 y seguirán haciéndolo. Esto incluye agroalimentos, productos farmacéuticos, equipos médicos, productos de higiene y distribución masiva. Entre los ejemplos se encuentran Walmart y Costco, Ontex (líder mundial en productos de higiene), Johnson & Johnson y Novartis. Estas están trabajando en el desarrollo de una vacuna.
Las cadenas más grandes permanecieron abiertas durante todo el período de contención, mientras que los minoristas más pequeños tuvieron que cerrar sus puertas por razones de salud. Sin embargo, el tráfico en las tiendas de conveniencia es menor en comparación con las grandes tiendas en las que convergen cientos de personas diariamente y que tienen sistemas de ventilación que pueden potencialmente distribuir el virus en el aire de la tienda con mayor facilidad que en una tienda de barrio.
En el sector farmacéutico una amplia gama de laboratorios han encontrado el trato adecuado. A mediados de marzo, cuando los mercados bursátiles se desplomaron, el precio de las acciones de Gilead subió un 20% tras el anuncio de los ensayos clínicos del Remdesivir contra el Covid-19. El precio de las acciones de Inovio Pharmaceuticals subió un 200% tras el anuncio de una vacuna experimental. El precio de las acciones de Alpha Pro Tech (fabricante de máscaras protectoras) subió un 232%. Y el precio de las acciones de Co-Diagnostics subió más de un 1370%, gracias a su kit de diagnóstico molecular SARS-CoV-2.
Los sistemas de salud pública de muchos países estaban al borde del colapso y se enfrentaban a la escasez de mascarillas protectoras, respiradores artificiales y pruebas de detección, pero las grandes empresas farmacéuticas ya habían empezado a enriquecerse. La pandemia reveló las consecuencias de años de recortes presupuestarios del Gobierno y de políticas que favorecían la privatización de nuestros sistemas de salud pública en favor de una visión que enfatiza la rentabilidad económica de la atención médica.
La cuestión del uso de la máscara es emblemática de la forma en que los intereses económicos superan a las cuestiones de salud en la determinación de la política pública. Desde marzo, se ha producido un vals en todas partes, desde la prohibición de la compra de máscaras para garantizar su accesibilidad en los servicios de salud, hasta la obligatoriedad de su uso bajo pena de una multa o incluso de prisión. Es evidente que estas políticas varían en función de la disponibilidad de existencias para su venta en los mercados. Incluso la Organización Mundial de la Salud retrasó hasta junio la formulación de una recomendación clara en favor del uso generalizado de la máscara.
¿Hacia un nuevo orden social?
La emergencia y el clima de miedo provocado por la llegada de la Covid-19 y alimentado por un descuento diario de los muertos en todos los noticieros sirven para forzar el consenso y para fabricar el consentimiento de la población ante las diversas medidas puestas en marcha para salir de la crisis sanitaria. Aceptamos día tras día la aplicación de tales medidas de control social que hace unos meses habrían sido impensables. El tratamiento mediático de la pandemia no es ajeno a la aceptación social de los drásticos cambios que se nos imponen. Sin menospreciar el peligro que representa la pandemia, si los medios masivos publicaran diariamente las cuentas de los muertos por contaminación ambiental o uso de agrotóxicos, la presión social para proteger la salud y el Medioambiente acabarían con la economía actual.
Los Estados, incluyendo el colombiano, ven en las tecnologías el futuro del crecimiento económico. El Big Data ya genera más dinero que la extracción de petróleo. Las mega inversiones públicas en la infraestructura del 5G, en el desarrollo y la promoción del uso de las App como CornApp no es una cuestión de salud pública. Ya los departamentos de talento humano de instituciones como la Policía Nacional vienen implementando hace años sistemas integrados de manejo del personal (incluyendo en sus dimensiones familiares emocionales y psicológicas) a través de aplicaciones de uso recomendado u obligatorio.
Las cuestiones relativas a la aplicación de las tecnologías de vigilancia van mucho más allá de las cuestiones de privacidad y salud. Su aplicación sienta las bases para generar un despliegue acelerado del capitalismo de vigilancia, basado no solo en la recopilación y control de datos individuales, sino sobre todo en la ingeniería social.
Como nos advierte el diario del Reino Unido, The Guardian, es probable que muchas de las medidas decretadas en el contexto de la pandemia estén aquí para quedarse. Los Estados tienden a promulgar leyes especiales permanentes y otras medidas excepcionales introducidas en tiempos de crisis. Basta pensar en las leyes antiterroristas que se aprobaron en todo el mundo después del 11 de septiembre de 2001, en las que se otorgan mayores facultades a los organismos encargados de hacer cumplir la ley y al Estado para controlar y vigilar. Todas estas facultades siguen vigentes.
Las medidas que hoy se nos imponen llevan años siendo impuestas a poblaciones como la de las Franja de Gaza (Palestina) o poblaciones refugiadas que han servido como “conejillos de India” para hoy. En varias partes del mundo hay gente rehusándose a aceptar este futuro. Hay protestas en contra de Google-Campus. Hay comunidades que desarrollan alternativas libres como Linux y Debian. Intentan desarrollar alternativas a las aplicaciones de Google en los teléfonos y proponen alternativas que no recogen nuestros datos. Todo esto sin mencionar a las comunidades que construyen sus propias redes e infraestructuras para un internet comunitario.
*Este artículo es la segunda parte de la investigación publicada el pasado 5 de septiembre titulada Vigilancia, control y Covi-19.
CI BJ/PC/12/09/2020/14:00