Hay un lugar donde hubo derechos y ahora perplejidad: el de los ciudadanos en el capitalismo global y electrónico. ¿A quién le importamos los ciudadanos? Muchos partidos y sindicatos parecen reducirse a cúpulas que se distribuyen prebendas. Desde la expansión de la videopolítica, la televisión canaliza quejas y críticas sociales a los gobernantes tratándonos como espectadores. Las redes prometen horizontalidad y participación, pero suelen generar movimientos de alta intensidad y corta duración.
Nuestras opiniones y comportamientos, capturados por algoritmos, quedan subordinados a corporaciones globalizadas. El espacio público se vuelve opaco y lejano. La desciudadanización se radicaliza, mientras algunos sectores se reinventan y ganan batallas parciales: por los derechos humanos, por la equidad de género, contra la destrucción ecológica, etc. Pero los usos neoliberales de las tecnologías mantienen y ahondan las desigualdades crónicas del capitalismo. ¿Qué alternativas tenemos ante esta desposesión? ¿Disidencias, hackeos? ¿Cuál es el lugar del voto, esa relación entre Estado y sociedad reprogramada por las tecnologías y el mercado, cuyo valor es cuestionado por movimientos sociales independientes?
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