El brote récord de dengue y la alerta por la diseminación global del Coronavirus-2019 (Covid-19) sorprenden a la región en un momento de alta fragmentación y, sobre todo, de completa jibarización de su agenda programática. La dedicación casi exclusiva a asuntos de liberalización comercial y la “cuestión Venezuela” dejó un tendal de mecanismos y espacios de coordinación truncos, entre ellos, el Consejo Suramericano de Salud de la UNASUR. Las instancias ad hoc del Mercosur, por su parte, parecen no ser suficientes para estructurar una red operativa de vigilancia y respuesta. ¿Acaso la CELAC podrá retomar una senda de cooperación regional que permita hacer frente a los desafíos sanitarios locales y globales? ¿Pasará mucho tiempo hasta que finalmente se advierta y repare el daño provocado por el abandono de la agenda sanitaria de UNASUR?
Como es sabido, nuestra región atraviesa un momento de alerta epidemiológico con motivo del brote de Covid-19, iniciado en la ciudad de Wuhan, China, el pasado mes de diciembre de 2019. En América Latina, hasta ahora solo algunos países (Argentina, Brasil, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, México, Panamá, Paraguay, Perú y República Dominicana) han reportado unos pocos casos importados (106), es decir, provenientes de otros países donde sí se han notificado casos autóctonos. Sin embargo, el posible ingreso de personas infectadas ha intensificado las medidas de control y contención con el objetivo de bloquear el contagio y evitar la circulación del virus.
La caída en la incidencia de casos en China, el aumento de controles y restricciones en países europeos y asiáticos y las cuestiones climáticas estacionales son elementos que juegan a favor de nuestros países al momento de contener a la enfermedad. De todas formas, nada de esto, parece ser suficiente para llevar prudencia al estado de alarma que se ha generado a nivel social en torno al coronavirus. Como muestra de ello, días atrás, un periodista brasileño planteó al Director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Ghebreyesus, la idea de algunos miembros del Gobierno de Brasil de declarar una pandemia para enfocarse más en el tratamiento de los enfermos que en la contención del virus. “Ecuador tiene siete casos, México tiene cinco, Brasil tiene dos, República Dominicana, uno. ¿Por qué sacar la bandera blanca cuando hay pocos casos que se pueden contener?”, preguntó Tedros, y agregó: “Es completamente irracional y no entiendo por qué esas personas están indicando que nos tenemos que rendir. No hay razón para hacerlo y hay que intentar la contención”.
La necesidad de llevar racionalidad al debate cobra más fuerza si se considera que, según un informe reciente de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en 2019 fueron reportados nada menos que 3.139.335 casos de infección por virus del dengue en el continente americano y un saldo de 1.538 muertes asociadas a la enfermedad. Eso significa que la cantidad de personas afectadas durante el año pasado fue casi seis veces mayor a los registros de 2018 (561.393). En lo que va de 2020 más de 125.000 personas se enfermaron de dengue y al menos 27 murieron en toda la región. Sólo Brasil registra más de 3 millones de casos, frente a 265.934 casos en 2018. Argentina, por su parte, actualmente registra circulación viral en 13 jurisdicciones del país con un total de 680 casos confirmados sin antecedente de viaje y tres fallecimientos. Hablamos de la mayor epidemia de dengue en la historia de América Latina.
No es menor la preocupación en torno al sarampión, una enfermedad viral altamente contagiosa, que enciende la alarma mundial producto del aumento de casos en países que ya se encontraban libres de esta afección viral. En 2018 se registró un incremento del 300% de casos en el mundo. En Argentina se registra el brote más grande en 20 años, con 156 casos confirmados (el último caso endémico había sido en 2000) y un fallecimiento (el último fue en 1998). En Brasil hubo un brote de 15 mil casos y 18 muertes a causa del virus.
En este escenario de varios frentes abiertos, y al margen de las medidas que puedan estar llevando a cabo cada uno de los países para afrontar estas problemáticas, resulta fundamental contar con mecanismos y espacios de coordinación regional que permitan intercambiar información y buenas prácticas, definir acciones conjuntas de prevención y contención, y, ante todo, proveer a una estrategia epidemiológica situada y acorde a las realidades y prioridades de los sistemas sanitarios de América Latina y el Caribe. Sistemas que, huelga aclarar, reproducen en muchos casos las desigualdades estructurales que existen entre países latinoamericanos y al interior de los mismos.
La institucionalización sanitaria tiene una amplia trayectoria a nivel regional. Desde la conformación de la Organización Panamericana de la Salud en 1902, hasta organismos como la Comunidad Andina de Salud, creada en 1971 y el Subgrupo de Trabajo Nº 11 Salud del Mercosur, establecido en 1996.
Sin embargo, fue la experiencia de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) la que ha dado un paso fundamental, en tanto bloque político, en considerar a la salud como un derecho humano y al acceso universal y los determinantes sociales como temas centrales. A ello se sumó la apuesta por desarrollar una diplomacia sanitaria regional con eje en la cooperación sur-sur y la proyección de los intereses regionales en ámbitos multilaterales.
A modo de ejemplo, repasemos lo ocurrido en noviembre de 2009, en plena pandemia de gripe aviar. En ese entonces, ministros y ministras de los 12 países del bloque congregados en el Consejo Suramericano de Salud consensuaron estrategias comunes de inmunización frente a la gripe H1N1, ratificaron la decisión de adquirir la vacuna a través del Fondo Rotatorio de la OPS/OMS para así obtener un mejor precio y acordaron avanzar en planes de comunicación regionales con miras a que la población recibiera mensajes adecuados sobre el virus. La reunión, además, selló un compromiso en torno al desarrollo de una estrategia conjunta para combatir el dengue, que incluyó la conformación de una Red Sudamericana para la Prevención y Control, la utilización una única plataforma informática de información epidemiológica (VIGISAS), la realización de un taller de capacitación para especialistas en el manejo clínico del paciente con dengue y la puesta en común de equipos técnicos de comunicación de riesgo.
Lamentablemente, este grado de institucionalidad regional orientada a la acción sanitaria llegó a su fin con el inicio del ciclo político conservador en el Cono Sur en el año 2015. La disolución de la UNASUR dejó un vacío institucional que a la fecha no ha sido cubierto, dando lugar a una serie de respuestas unilaterales que han corrido suertes diversas. Puede decirse que hoy hemos retrocedido varios casilleros respecto de donde estábamos hace 10 años en la discusión de la agenda de salud en la región y las estrategias conjuntas en materia de diplomacia y soberanía sanitaria.
Ciertamente, el Covid-19 es un tema que debe ser atendido y del cual debemos ocuparnos. Su lugar en la agenda política actual debe ser el disparador para discutir las herramientas regionales que disponemos para hacerle frente a estas nuevas enfermedades, así como a otras que no solo resurgen o persisten, sino que están aumentado en los últimos años, como el dengue, el sarampión, la sífilis congénita y la tuberculosis, entre otras.
Hoy en día -en especial frente a problemas de salud globales como el Covid-19- las respuestas deben ser en todos los niveles (local, regional, internacional) y no pueden ser individuales, al menos no únicamente, sino que deben construirse colectivamente entre los países, atendiendo a sus fortalezas y a sus diferencias, de manera urgente, coordinada y solidaria. El Covid-19 no es el más grave de los problemas de salud que nuestros países deben enfrentar, aun así es el que vuelve a poner en la agenda política, una vez más, el tema de la salud como asunto internacional –por factores de diversa índole y naturaleza muy interesantes de tener en cuenta, por cierto-. El Covid-19 se ha metido también en la agenda de los países de América Latina, y ahora la cuestión entonces es qué camino tenemos que tomar y cómo estar preparados.
La integración regional en salud puede ser una potente herramienta epidemiológica y, en caso de emergencias globales, actuar como escudo epidemiológico para prevenir el avance de estas enfermedades y contribuir a su control. La región, con su larga trayectoria de integración en salud, está a la espera de que los países reconstruyan espacios propicios para la discusión y mecanismos institucionales para la acción.
Dra. María Belén Herrero. Área de Relaciones Internacionales de FLACSO Argentina/CONICET
Dr. Santiago Lombardi Bouza. Médico/Diplomático.