El 22 de marzo en Santiago de Chile, el anfitrión Sebastián Piñera recibió a sus pares de Argentina (Mauricio Macri), Brasil (Jair Bolsonaro), Colombia (Iván Duque), Paraguay (Mario Abdo Benítez), Perú (Martín Vizcarra) y Ecuador (Lenin Moreno) para formalizar la creación del Foro para el Progreso y el Desarrollo en América del Sur (Prosur) mediante una declaración de seis puntos titulada “Renovación y Fortalecimiento de la Integración de América del Sur”.
El primer ítem establece la necesidad de “construir y consolidar un espacio regional de coordinación y cooperación, sin exclusiones, para avanzar hacia una integración más efectiva”. Paradójicamente, la Venezuela Bolivariana no fue invitada. Además, se abstuvieron de participar Bolivia, Uruguay y Surinam ya que consideran a Prosur como un organismo excluyente.
El secretario general la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América – Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP), el boliviano David Choquehuanca, sostuvo que “Prosur es una iniciativa al servicio de las transnacionales que obedece a intereses ajenos a la región”.
El perfil ideológico derechista de Prosur muestra la pérdida de autonomía que Sudamérica ostentaba hasta no hace poco. El objetivo no declarado de este foro es terminar de destruir a la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y aportar de manera más eficaz —ante la incapacidad manifiesta del Grupo de Lima— a la desestabilización del gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela para completar el viraje hacia el servilismo Protrump.
Disparen sobre Unasur
El antecedente subterráneo de Prosur se produjo 11 meses atrás: mientras Bolivia asumía la presidencia de Unasur seis gobiernos de derecha se retiraban simultáneamente del organismo. Esa acción coordinada apostaba a la regresión de la integración para reemplazarla por un acuerdo de corte neoliberal en sintonía con Washington.
La Unasur fue una idea de Luiz Inacio Lula Da Silva. Itamaraty, como nunca antes, miró de igual a igual a sus vecinos. De esta manera, los 12 países del sur de las Américas se unieron en una mancomunidad que remitía a los sueños de Patria Grande de los Libertadores. Hoy ocupa el Palacio Planalto su antítesis, Jair Bolsonaro, un excapitán del ejército, que selló una alianza carnal con Donald Trump y que acaba de pedir que en todos los cuárteles de Brasil se celebre como jornada patria el 31 de marzo de 1964, fecha en que se llevó a cabo el golpe de estado contra João Goulart.
El “debut” de Unasur en las “grandes ligas” fue con una crisis de extrema gravedad: Desde que Evo Morales asumió su gobierno, sectores separatistas buscaron derrocarlo mediante un conflicto violento de carácter étnico con fines separatistas en un estado plurinacional como Bolivia.
En 2006 Morales nacionalizó el gas, incluidas las áreas que Petrobras operaba. Lula, a contramano de los pedidos de sanciones y rupturas de relaciones diplomáticas que le pedían numerosos sectores, avaló la medida en razones del sojuzgamiento histórico de Bolivia en manos de potencias extranjeras y oligarquías antinacionales. La intervención de Unasur fue vital para sostener la institucionalidad boliviana.
Dos años después, similar actuación mostraría ante el levantamiento policial que, además de la ruptura constitucional, buscó el magnicidio del presidente ecuatoriano Rafael Correa. También la Unión de Naciones Sudamericana fue vital en el apaciguamiento del conflicto diplomático-fronterizo entre Colombia y Venezuela.
Estos tres botones de muestra dejan claro que la Unasur tenía la capacidad de resolución de conflictos al interior del bloque. Sin embargo, la derecha regional avanza en el entierro de este mecanismo.
El antecedente yugoslavo
A partir de las Guerras Yugoslavas (1912-1913 y 1991-2001) se popularizó un término para describir la fragmentación de una región o un estado. Los procesos de división e enfrentamiento al interior de un país o en un territorio se describen hoy como una “balcanización”, generalmente motivada por razones culturales, étnicas o religiosas. En el caso de la Unasur las razones son estrictamente ideológicas y el mapa del conflicto lo traza el avance restaurador de la derecha en esta parte del mundo.
La diplomacia de los pueblos sucumbe en el deslizamiento de América Latina hacia posiciones intolerantes y extremistas. “Estados Unidos nunca aceptó nuestra aproximación con Argentina, Venezuela, Bolivia, Paraguay y demás naciones latinoamericanas, el interés de Washington es por un Brasil debilitado, sin soberanía y despojado de sus más valiosos recursos naturales”, afirmó Lula en marzo de 2018 durante un acto en Foz de Iguazú, poco antes de ser encarcelado injustamente para impedir que compita en las elecciones brasileñas.
Ecuador, sede de la Unasur, le dio la última estocada al salir del organismo y unirse a Prosur.
En noviembre de 2005 en Mar del Plata, pueblos y presidentes progresistas de América del Sur enterraron la Alianza de Libre Comercio (ALCA) que promovía George W. Bush con el ya emblemático grito de Hugo Chávez: “ALCA, ALCA, ALCArajo”. Hoy, presidentes conservadores quieren exhumarlo.
Con el nacimiento de Prosur se formaliza que Bogotá, Buenos Aires, Brasilia, Santiago, Lima, Asunción y Quito han depositado su rumbo diplomático en Washington, que redundará, paradójicamente, en la deriva para el sur.
Pronorte hubiese sido un nombre más pertinente.