Si hace cuatro meses se hablaba de una fácil reelección del presidente neoliberal argentino Mauricio Macri, hoy el humor social sobre el gobierno es muy diferente, gracias a una suba de precios del 27% en 2017 -superando ampliamente la inflación programada-, lo que obligó a recalibrar las metas de 2018, con cambios en materia laboral y profundizando el tarifazo en los servicios públicos (gas, luz y transporte).
Tres consultoras (Tendencias, CEOP y D’Alessio Irol), coincidieron -con pequeñas variante- en todos los ítems: crecimiento de la desaprobación del gobierno baja de la imagen positiva de sus principales dirigentes (la de Macri cayó al 40%), pesimismo sobre el futuro próximo del país, rechazo a las reformas previsional y laboral. En los sectores populares y también medios de la población.
Todos los indicadores empeoraron notablemente en los dos últimos dos meses de 2017, después de que Macri lanzó su “reformismo permanente”, que bien se puede traducir como “ajuste permanente”: recorte a los jubilados, pensionados y beneficiarios de la Asistencia Universal por Hijo, una reforma fiscal propatronal, y el despido de más de dos mil trabajadores del Estado.
Los actuales niveles de desaprobación son similares a los de mediados de 2016, cuando el macrismo encaró sus políticas de “sinceramiento”, con tarifazos y paritarias con los sindicatos, por debajo de la inflación. Pero en 2017 volvió el “gradualismo” y el oficialismo se impuso en las elecciones de medio término de octubre.
Todo indica que en 2018 este “gradualismo” será dejado de lado por el gobierno, que preferirá ceder capital político en 2018 para tener nuevamente margen en 2019, año electoral. El gobierno sabe que no domina una de las principales variables de su programa económico: la deuda externa.
“No queremos seguir tomando deuda y obligar a nuestros hijos y nietos a pagarla”, dijo el presidente Mauricio Macri el martes último. Solo 48 horas después, el gobierno colocó títulos por 9 mil millones de dólares y amplió el objetivo del año en 15 mil millones.
Macri, agobiado por los resultados, está pegando un giro en los instrumentos de su política económica y definió que esas medidas tienen que estar en marcha en el primer trimestre, a sabiendas que ellas afectarán a los sectores mayoritarios, produciendo un alto nivel de descontento. Por eso juega su futuro tratando de amortiguar los efectos tomándolas en el momento de menor actividad, en los meses de vacaciones de verano.
Hasta ahora el principal instrumento del conjunto de su política económica fueron las altísimas tasas de interés del Banco Central, confiando que ello produciría una drástica baja de la inflación y a partir de allí una mejora en las demás variables económicas. Dos años de gobierno con esta política mostraron su rotundo fracaso.
La casi desierta city porteña se llenó este fin de semana de rumores de renuncia del presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger. El fracaso de la política monetaria en el control de la inflación y el cambio en las metas de precios para este y los próximos años anunciado la semana pasada desnudó las diferencias en el equipo económico que ahora sigue los consejos de un economista poco conocido, Vladmir Werning.
Siguiendo sus consejos ha decidido profundizar el ajuste estatal, que tiene sus límites en la protesta gremial y callejera que el gobierno ya sabe que no puede ignorar y en la presión de su partidarios y aliados, que piden más cargos y con mejores sueldos a cambio de apoyos.
En los dos años de gobierno de Macri, Argentina tomó deuda en moneda local y extranjera por 121.588 millones de dólares. De ellos, 98.185 millones los emitió el Tesoro y el resto provincias y empresas. A su vez, del conjunto de la deuda emitida, 85.167 millones son títulos en dólares en poder de acreedores externos, según el Observatorio de la Deuda de la Univ ersidad Metropolitana y del Trabajo. Es más: 84 de cada 100 financiaron la fuga de capitales, financiar la remisión de utilizadas y dividendos de las firmas extranjeras, cubrir la demanda de dólares para turismo y cancelar los vencimientos de deuda.
La contraparte de ese proceso no fue la inversión en infraestructura ni el financiamiento de proyectos industriales estratégicos. El Banco Central acumuló una porción de esos dólares en las reservas internacionales pero el grueso fue destinado a cubrir los desequilibrios en la cuenta corriente y la cuenta financiera.
El estreno de 2018 de la Argentina en los mercados internacionales se distribuyó en tres tramos: 1750 millones a 5 años, otros 4250 millones a 10 años y 3000 millones a 30 años. Los bonos a tres décadas tienen un cupón de 6,875 por ciento anual y, como se vendieron por debajo de su valor nominal, el rendimiento asciende a 6,95 por ciento (48% superior a la reconocida por México). Esos títulos terminarán de pagarse en 2048. O no.
En la primera semana del año, algo desacostumbrado para un enero vacacional, los trabajadores del Estado hicieron una huelga nacional: es que solo en diciembre, la administración macrista despidió a 1200, para alcanzar los dos mil y se anuncian 1400 más para este mes- con el objetivo de bajar el déficit fiscal: fueron dados de baja “tras un período de evaluación técnica y de control de presentismo, dijo el oficialista y ultraconservador diario La Nación.
El gobierno argentino se ha embarcado en un proceso de apertura comercial y financiera, tratando de convencer a la opinión pública que son beneficiosas para el país, y que lo “sacarán del aislamiento”, que según ellos fue la característica de la época kirchnerista. Por eso el lamento por no cerrar el tratado de libre comercio Mercosur-Unión Europea que Macri quería mostrar como un triunfo.
Pero pese a todas las concesiones, funcionarios de la cancillería argentina señalan que la falta de acuerdo se debió los persistentes reparos de la UE sobre volúmenes de cuotas de algunos productos agrícolas y de biocombustibles, la cuestión de la propiedad intelectual, las compras gubernamentales y ciertos temas de servicios financieros y marítimos.
Esta es la realidad, escondida detrás de los globos amarillos y las declaraciones de futuros brillantes y las mentiras de la “posverdad” de los medios hegemónicos. Juan Domingo Perón solía decir que la única verdad es la realidad…
(*) Periodista uruguayo, magister en Integración, fundador de Telesur, codirector del Observatorio de Comunicación y Democracia y del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE), y presidente de la Fundación para la Integración Latinoamericana (Fila). Autor de Vernos con nuestros propios ojos y La internacional del terror mediático, entre otros textos.