Publicamos la segunda parte de la nota de François Soulard (@franersees), en la que el autor reflexiona sobre el concepto de “post-verdad”, implicando los marcos interpretativos en los que éste se desarrolla.
François Soulard es comunicador social, migrante franco-argentino. Reside en La Plata (Argentina) desde el año 2006. Participa en diferentes movimientos sociales y asambleas ciudadanas de América Latina, África y Asia. Es activista del Foro de medios libres y del Foro por una gobernanza mundial (www.world-governance.org)
Como lo señalamos, estos ingredientes están lejos de ser circunscritos al perímetro particular de una nueva élite política reaccionaria en los Estados Unidos. A su vez, varias experiencias políticas, entre ellas en América Latina, nos muestran que el acercamiento emocional de un líder político con su sociedad puede ser un vector favorable de resignificación política, de reducción de los resentimientos o de reconstrucción de mayoría social 8. Pero la vertiente “expoliadora” de esta modalidad tiende a difundirse hoy, con menos intensidad y con otras orientaciones, vertientes y matices, en varios escenarios políticos, formando una nueva vía cognitiva y comunicacional, imbricados (o no) en las prácticas de construcción política. Se trata de una modalidad de carácter irracional, demagógico y reaccionario, tomando sus argumentos, en última instancia, en las fallas (reales o inventadas) de las arquitecturas políticas y económicas actuales. En este sentido, no está de más recordar que el medio en el cual estamos sumergido hoy ha gradualmente revertido las relaciones perceptivas entre los incluidos y los excluidos, entre los humillantes y los humillados. Si bien las técnicas de ocultamiento se han sofisticado, quedan ostentadas como nunca antes las desigualdades sociales, el modo de vida de los híper-ricos, los simulacros de gestión colectiva de los asuntos globales, etc. En definitiva, el rey está (más) desnudo, y esta imagen “pornográfica” por así decirlo contribuye a potenciar la huida hacia posturas defensivas y nuevas contenciones psicológicas (particularmente en las clases medias educadas y formadas 9). Del otro extremo, esto alimenta también el avance de los enfoques securitarios y punitivistas, a contramano de abordajes transformadores que muchos actores de la sociedad civil están proponiendo en el otro extremo.
En este contexto, es cierto que la noción de guerra híbrida (o de 4ta generación), inseparable de la dimensión comunicacional, se ha vuelto una realidad y puede resultar útil para caracterizar los cercos mediáticos. Las batallas informacionales ya se han integrado a las confrontaciones financieras, industriales o militares, no solamente en el arsenal de las principales potencias, sino de todos los partícipes de las guerras, hoy devenidas esencialmente en guerras irregulares (asimétricas). Surgen los conceptos de “seguridad cognitiva” en los ámbitos corporativos o en las doctrinas de defensa. La fabricación del enemigo, constante en la historia de los conflictos, ha sido particularmente perversa a nivel planetario con la ofensiva en Irak a partir de 2002. Precisamente, esta ofensiva, cuyos efectos se han expandido en Siria y en otros lugares, ha contribuido en evidenciar el contraste entre improvisación de un cambio de régimen y manipulación de los eslabones de las instituciones internacionales. Segundo, ha precipitado una derrota política que ha incentivado una contra-propaganda de parte de todos los partícipes y adversarios, entre ellos el Estado islámico (cuya potencia comunicacional supera ampliamente su potencia militar y que evolucionó hacia un movimiento revolucionario 10). A propósito, Dimitri Kiselev, director de la nueva agencia estatal rusa Rossiya Segodnya, no anunciaba en 2014 su rebeldía contra la objetividad occidental y la respuesta rusa: “¿Es la CNN objetiva? No. ¿Es la BBC objetiva? No. La objetividad es un mito que nos ha sido propuesto e impuesto 11”.
Sin embargo, esta misma noción de guerra informacional nos permite difícilmente abordar las entrañas más sutiles de estas nuevas modalidades cognitivas que permean también el interior de los cuerpos sociales. La noción de verdad, y de orden espiritual e informacional que lo sustenta, es en definitiva un bien individual y colectivo, no absoluto y dinámico, que se sostiene sobre un conjunto de construcciones racionales e irracionales, socioculturales y políticas. Es cierto que los muros mediáticos siguen nítidamente las fronteras existentes entre los intereses y las potencias del tablero geopolítico. Pero como lo mencionamos más arriba, los muros mentales o cognitivos no necesariamente se superponen de modo lineal con estas fronteras. Varios factores concurren a esto. La diseminación del poder mediático es uno. La crisis de confianza en los medios dominantes es otro. Lo que ciertos analistas describen como una revancha de las pasiones y de la historia frente al corsé del orden pasado constituye otro factor.
En este sentido, observamos que se está consolidando por un lado una tendencia a la polarización y la radicalización de las posturas, particularmente en los extremos del espectro político, en cohabitación muchas veces con un relativismo cultural o incluso un negacionismo, que se ha ido pronunciando sobre casi todos los temas importantes de la agenda internacional. Se van agudizando ciertos comunitarismos y sectarismos, a medida que aparecen desestabilizaciones sociales o factores de inseguridad. El sociólogo Boaventura de Sousa Santos asocia parte de este fenómeno al auge de un “neofascismo social” en relación a un secuestro de la democracia. Por otro, se manifiesta una suerte de búsqueda de otra racionalidad, de renuncia para encarar una interpretación más compleja e inacabada de la realidad, o tolerar varios ángulos de crítica y análisis, en un contexto de saturación informacional y de relativismo de las fuentes de información 12. Ahí también nos reencontramos con un factor identitario que actúa como un mecanismo segregativo. Todo esto concurre a generar una especie de estrechamiento de los relatos, un repliegue en el campo de las certezas ideológicas o de creencias, substituyendo la actitud mayéutica por la duda sistemática, el juicio de intención o la categorización cortante.
Como ilustración de esto, los productores de teorías del complot, de rumores, falsas noticias y otros métodos de desinformación, tienen actualmente el viento en la popa. Frente al debilitamiento relativo de las fuentes hegemónicas, configuran hoy un ecosistema y un nicho de mercado consolidado: el grupo vinculado a InfoWars 13 por citar uno de ellos, identificado como una fuente importante de manipulación a nivel global, posee una ganancia anual estimada a alrededor de 10 millones de dólares. La investigadora estadounidense Kate Starbird 14 identifica un ecosistema de 188 medios a raíz de un estudio de 3 años sobre los flujos de desinformación relacionados a distintos temas de la agenda pública. Emerge de este análisis que cualquier evento sociopolítico de magnitud significativa, incluyendo obviamente los procesos electorales, forma el caldo de cultivo de maniobras de influencia y tergiversaciones. Más finamente, observamos que la ampliación a este tipo de fuentes informativas genera un efecto de precarización cognitiva similar a los que se desarrollan en las sociedades que conviven con potentes monopolios mediáticos: la variedad aparente de las fuentes encubre una nivelación uniformizante del relato; los patrones de racionalidad se empobrecen o se estigmatizan, en vez de complejizarse, generando una desconfianza selectiva hacia tal o cual blanco expiatorio; rige un bombardeo de datos y una “info-obesidad”, demultiplicado por los redes digitales; en ciertas circunstancias, pueden generar golpes mediáticos 15 o alterar seriamente los ejes del debate público.
Los ejemplos de Venezuela, Siria o Ucrania son elocuentes en este sentido. En el primero, como en otros países que experimentan formas de populismo “positivo”, la disonancia cognitiva generada por la diabolización constante del gobierno venezolano por la oposición política y sus aliados, impide a buena parte de la sociedad global (incluyendo los simpatizantes de la izquierda) comprender el espesor político y la situación conflictiva del país. Se genera por ejemplo una incompatibilidad de razonamiento entre las formas de cooperación de Venezuela con Irán o Rusia, las innovaciones constitucionales y el apoyo popular al proceso venezolano. Un argumento puede ser motivo para aniquilar y jerarquizar a todos los demás. En el caso del conflicto sirio, es la propaganda de auto-victimización del régimen sirio alauita (frente a una coalición internacional y la oposición islamista no alauita) que crea un cerco perceptivo para todo un sector de simpatizantes no-intervencionistas, anti-imperialistas y anti-sionistas, tanto a la extrema derecha que a la extrema izquierda. Este cerco impide entender que el régimen sirio reprimió una real revuelta popular que surgió en el 2011 y ha sido el primer causante de víctimas en el conflicto. Desde el exterior, tanto los argumentos geopolíticos (colonización por el petróleo o el gas, invasión imperial, alianzas ambiguas en torno a trafico de armas, etc.) como los argumentos religiosos o identitarios, jerarquizan la percepción, desde un alto nivel intelectual hasta las bases sociales y militantes. Y podríamos seguir así con otros temas.
Más allá de la primera fila de barreras distorsivas instaladas por las fuerzas involucradas en estos escenarios, pueden rápidamente aparecer otras barreras, tanto identitarias, conceptuales o sectarias, que neutralizan el espesor del razonamiento y que incluso pueden terminar funcionales a las principales estrategias de ocultamiento. Aclaramos que no se trata aquí de condenar un pensamiento distinto o alternativo, o jactarse de un punto de vista vanguardista y superior. Se trata más bien de un breve ejercicio autocrítico, necesario para evidenciar una nueva zona de contradicciones en la cual, nos guste o no, ya estamos sumergidos y con la cual vamos a tener que lidiar para un tiempo largo. “El problema no es la verdad sino las creencias” planteaba el teórico de la información Heinz Von Foerster en los años 1990. Agregamos a esta máxima que la problemática actual es el brote de nuevas relaciones con lo real y sobre todo el riesgo de ver una instrumentalización política de la sed de sentidos, de marcos interpretativos y de creencias, que no duda en recurrir a la manipulación de las pulsiones humanas más elementales que Iván Pavlov había revelado en su época.
Al final, la promesa de conectividad global, que presagiaba un camino más despejado hacia una comprensión objetiva, desideologizada e integradora de la complejidad política, queda por verse. Hoy somos testigos de que el auge de la hiperconectividad planetaria va siguiendo y amplificando las líneas existentes de fragmentación o polarización. Esto se ve amplificado por una especie de brote irracional-identitario, de migración hacia zonas seguras de repliegue cognitivo. Todo indica que este movimiento de especulación narrativa nos seguirá atravesando y crecerá en el futuro. Gran testigo del siglo XX, el filósofo Edgar Morin subraya que “no se puede refundar la política haciendo la economía de una comprensión y de un (re)pensamiento”. Adherimos a este planteo y de algún modo, la situación actual nos está poniendo frente a nuestras vulnerabilidades y renunciamientos: dejar los atavismos éticos, perceptivos y conceptuales, para encarar un mundo en plena ebullición. Varios actores e iniciativas ya se están movilizando en este sentido. Es necesario fortalecerlos.