Periodista de larga trayectoria cuyas colaboraciones en La Jornada comenzaron en julio de 1997, Miroslava Breach testimonió, a lo largo de dos décadas, la escalada de violencia que ha caracterizado a Chihuahua con una creciente presencia del crimen organizado.
Originaria del municipio serrano de Chínipas, Chihuahua, localizado cerca de los límites con Sonora y Sinaloa, en la región de las barrancas, donde nació el 7 de agosto de 1962, Miroslava comenzó su carrera periodística en la entidad a su regreso de Baja California Sur, lugar en el que vivió por varios años.
Cuando era muy niña sufrió la muerte de su padre, situación que marca su vida. Es entonces cuando su madre, la lleva a ella y sus hermanas a Navojoa. La vida de pobreza y carencias fue el ambiente en el que creció. A pesar de las duras circunstancias, Miroslava terminó la carrera de Licenciatura en Ciencias Políticas de la Universidad Autónoma de Baja California Sur. Casi de inmediato comenzó su carrera periodística en el semanario Conceptode la Paz BCS.
En esa misma ciudad ocupó la subdirección del semanario La opinión de Los Cabos. Llegó a Chihuahua en 1993, trabajó en El Heraldo durante tres años para posteriormente salir y estar en varios medios de comunicación hasta convertirse en la corresponsal de La Jornada.
Su desempeño profesional le permitió documentar numerosas ejecuciones, enfrentamientos y episodios de un estado convulsionado por el crimen hasta que, este jueves, desafortunadamente fue la protagonista de esa espiral de violencia que llegó hasta las puertas de su casa, donde fue ultimada.
En su retorno a Chihuahua se abocó a documentar la realidad de este estado caracterizado por la corrupción, la violencia, el crimen organizado y la marginación indígena. Conocía como nadie la región rarámuri, cuya problemática acreditó en su trabajo profesional, cuenta Salvador Esparza, compañero de Miroslava en El Norte de Chihuahua, periódico local donde colaboró hasta su muerte.
Madre de dos hijos, Andrea de 23 años –a quien en sus primeros años como reportera debía llevar para compaginar su vida personal y profesional– y Carlos de 14, Miroslava conjugaba sus viajes de trabajo con sus traslados personales aprovechando para indagar con los lugareños el complicado entorno en la zona serrana de la entidad, caracterizada por una cada vez más dominante presencia del crimen organizado.
Su primera colaboración aparecida en La Jornada se publicó bajo el encabezado: “Insuficientes, los esfuerzos para evitar guerra de narcos: Barrio. Acribillan a tres personas en Ciudad Juárez”. Sería el vaticinio de una constante en su trayectoria en este diario.
Paradójicamente eran tiempos, a decir de la estadística, en los que apenas comenzaba una incesante escalada de violencia que alcanzaría su clímax en el sexenio calderonista, cuando las ejecuciones dejaron de contarse en cientos para convertirse en recuento de miles que documentó en las páginas de La Jornada en sus dos décadas como corresponsal, un periodo en el cual, según las cifras oficiales, Chihuahua ha registrado 31 mil asesinatos, en un lapso en el que Ciudad Juárez se convirtió en referente mundial de los homicidios.
En agosto pasado, La Jornada publicó uno de sus reportajes: “Destierra el narco a centenares de familias de la Sierra de Chihuahua. Con amenazas de muerte les impiden regresar, se apropian de sus casas, ganado, tierras”. Fue una publicación que le acarrearía, a su vez, amenazas de muerte.
Atenta también a la vertiente política y social de la entidad, en sus primeros años como corresponsal escribió acerca de la marginación y agresiones contra los rarámuris y tepehuanes, motivo por el cual fue víctima de represión, en mayo de 1997, por enviar fotografías al periódico de la agresión policiaca del entonces gobierno panista de Francisco Barrio Terrazas. La problemática indígena fue un tema que le obsesionó.
Desde entonces, escribió sobre numerosos casos que conjugaban asesinatos y violaciones a derechos humanos, entre los cuales, uno de los más destacados fue la ejecución de Marisela Escobedo, una madre a quien el asesinato de su hija Rubí, a manos de su pareja, la convirtió en activista reclamando justicia, hasta encontrar la muerte a las puertas del Palacio de Gobierno de Chihuahua, donde fue asesinada en diciembre de 2010.
Sus frecuentes incursiones en la sierra le permitieron conocer las causas del recrudecimiento de la violencia, de los grupos del crimen organizado que la perpetraban en una cruenta disputa por la plaza y, con ello, señala Esparza, pues correr el riesgo profesional implícito en abordar el tema más sensible en la entidad.
En los tiempos más recientes, Miroslava escribió sobre Sergio Almaraz Ortiz, el secretario de Seguridad Pública de Ciudad Juárez, quien reprobó los exámenes de confianza del Sistema Nacional de Seguridad Pública, motivo por el cual fue cesado. En su momento, también reveló los vínculos del entonces gobernador César Duarte con el Banco Unión Progreso, del que se hizo accionista bajo la sospecha de desvío de recursos públicos.
Tras el asesinato de Miroslava, El Norte de Chihuahua, en un posicionamiento de condena a la ejecución y exigencia de su esclarecimiento a la Procuraduría General de la República y al gobernador del estado, Javier Corral sostuvo:
“Esta mañana, en Norte de Ciudad Juárez nos estrujó la terrible noticia del aberrante asesinato de nuestra compañera y amiga Miroslava Breach Velducea. Apegados a sus ideales, hoy elevamos un reclamo de justicia por una muerte que no debió ocurrir, por una familia que ha quedado en la orfandad, por un gremio lastimado, sobajado por la violencia criminal e institucional. Miroslava fue una periodista ejemplar, rigurosa en el quehacer profesional, íntegra, de grandes valores, mujer de lucha (…) No nos queda la menor duda de que las balas que segaron la vida de nuestra entrañable compañera son producto del ejercicio de su actividad profesional.”
En los meses recientes, Miroslava había dado seguimiento a la compleja transición política de la entidad, caracterizada por las denuncias de corrupción que pesan sobre el ex gobernador y la quiebra financiera de la entidad, subraya Esparza, quien trabajó con ella los pasados 15 años.
Quienes conocieron su forma de ejercer el periodismo refieren que siempre concebía su labor como un esfuerzo para “exhibir a los corruptos, ya sean políticos, empresarios o delincuentes.
“Su muerte nos pegó muy feo –agrega–, porque así es siempre que asesinan a un colega periodista, pero esta vez naturalmente fue mucho más. Cuando la muerte llega y se te asoma aquí en la redacción, con todo su estruendo, te sacude fuerte, mucho más cuando se trata de personas queridas con las que convivías cotidianamente.”
Miroslava era identificada por sus vecinos como “una buena mujer, dedicada a su familia, a sus hijos”. “Casi siempre andaba con su hijo Carlos, un jovencito de 14 años” dice uno de sus vecinos.
Su vecina Martha comenta: “Miroslava era periodista y me duele mucho lo que le hicieron, porque eso se lo hicieron no solo a ella, sino a todos nosotros, porque en un lugar donde se mata a tantos periodistas, pueden matar a cualquiera de nosotros”.
fragmento del texto publicado en La Jornada
con información de La Jornada y El Norte de Chihuahua