En el marco del II Congreso Comunicología desde el Sur que se desarrolla en Quito en las universidades CIESPAL y FLACSO, en representación de Pressenza, Javier Tolcachier expuso la siguiente ponencia.
Buenos días a todas y todos. Para hablar desde la perspectiva de la integración regional, es necesario realizar una breve lectura acerca del contexto geopolítico más general.
Nos encontramos ante un renovado intento de recolonización de América Latina y el Caribe. Es evidente que los Estados Unidos intentan por todos los medios recuperar el terreno perdido a manos del nuevo multilateralismo impulsado por la emergencia en el escenario internacional de China y Rusia y la ampliación del entramado de relaciones Sur-Sur. Dicho nuevo equilibrio de fuerzas amenaza con quebrar la pretendida supremacía norteamericana en asuntos claves como la potestad sobre el patrón de moneda mundial y el dominio que ostentan sobre instituciones como las Naciones Unidas, el FMI, el Banco Mundial, entre otras.
Pero también Europa, controlada militarmente por Estados Unidos y administrada por una tecnocracia gobernada a su vez por el poder financiero global, intenta salir de sus problemas, no sólo asfixiando a sus propios pueblos con recetas de austeridad neoliberal, sino también anhelando tomar parte de una nueva reconquista de Latinoamérica que, al igual que cinco siglos atrás, permita a Europa salir del colapso y mantener situaciones de poderío y desigualdad.
Es obvio, en términos políticos, que la arremetida imperialista quiere arrasar con toda estructura de integración regional como la Unasur, el ALBA, la Asociación de Estados del Caribe o la CELAC que asuman posturas de soberanía y emancipación frente al poder neocolonial. El objetivo es someterlas, reconvirtiéndolas en meras ententes funcionales a la globalización del capital, como la Alianza del Pacífico o la OEA. Al mismo propósito sirve la anunciada refundación del Mercosur. Por supuesto que para lograr la reversión de los avances de liberación, como bien sabemos, el poder colonial se sirve de lacayos políticos encumbrados a instancias de gobiernos a través de campañas mediáticas y de desestabilización financiadas por ellos mismos. A ello contribuyen las oligarquías locales, temerosas de las conquistas populares que amenazan su primacía injustificada.
A primera vista, pareciera como si asistiéramos a una repetición histórica, una especie de reflujo o, como lo sostenía uno de los precursores de la historiografía, el napolitano Vico, los “corsi e ricorsi” de la historia. Sin embargo, si uno imagina la historia como un espiral ascendente, lo que parece una situación idéntica, deja ver que nos encontramos en un punto más alto de ese recorrido que, a primera vista, pareciera ser simplemente circular.
Ese punto más alto de la historia, que tiene mucho que ver con la insubordinación que encarna la integración regional, no tiene solo que ver con la incipiente acumulación de relaciones lograda en sus instituciones, sino con la creciente toma de conciencia de los pueblos acerca de la imperiosa necesidad de su unidad para superar la opresión de las enormes mayorías a manos de ínfimas minorías. Esta necesidad de unión de virtudes y fortalezas, es la imagen que coloca también a la comunicación en la justa dimensión de su articulación creativa.
Esta no es una lucha entre fuerzas mecánicas, sino una lucha de intenciones. En un mundo masivo e interconectado, bien sabemos cuánto tienen que ver en esta lucha, la difusión de mensajes y la disputa de sentidos que termina configurando parte de lo que usualmente se conoce como “la opinión pública”, que, en muchos casos, no es sino “la opinión publicada” por los medios hegemónicos de difusión.
Esta opinión publicada no tiene nada que ver con comunicación, sino que es solamente un recurso de sometimiento. Es la propaganda bélica de un sistema injusto para impedir el surgimiento de la reflexión y la movilización por realidades distintas.
He aquí un primer punto de importancia: La recuperación de la comunicación tiene que ver no con una competencia por preferencias propagandísticas en la superficie mediática, sino por la deconstrucción de este modelo falso de comunicación, ofreciendo a las víctimas de ese modelo, la posibilidad de recuperar su rol protagónico. Este protagonismo está no sólo en ampliar el espacio de la emisión popular democratizando la palabra, sino también comprendiendo el rol activo de la consciencia en la recepción de estímulos externos, quitando legitimación, haciendo el vacío al sistema de propaganda instalado.
Descubrirnos como sujetos activos de la comunicación, tanto en la emisión como en la recepción de mensajes, trae consigo otro asunto de vital importancia: nos lleva a reconocer la importancia de reflexionar sobre sentidos y significaciones, ajenas y propias, diversas o comunes.
En este campo de la construcción popular, democrática de sentidos, nos encontramos con nuestros propios contenidos culturales y biográficos. Así como la situación social en la que emergemos en este mundo sin elegirla suele ser una condición decisiva en las primeras etapas de nuestra vida, así también el material subjetivo del cual estamos hechos, puede ejercer limitaciones no tan fácilmente visibles a nuestro accionar.
Y es precisamente desde allí, desde donde se activa el sentido más profundo de la comunicación.
Es allí donde se encuentran elementos que favorecen o rechazan determinados modelos de vida. Es allí donde se han instalado factores de discriminación o de autodegradación, en definitiva de auto postergamiento cultural y personal, que facilitan la dominación imperial, el eurocentrismo racista y el rechazo a la excelencia del mestizaje. Es en ese punto donde se abre la grieta mental entre las genuinas aspiraciones de bienestar de las mayorías colonizadas y explotadas y las injustificadas apetencias de las elites criollas y foráneas, que dominan justamente a partir de la aceptación inadvertida de aquellos contenidos por parte de los sojuzgados.
Finalmente, en ese espacio de reflexión sobre la dirección de una reconstrucción popular de la comunicación en sentido liberador, nos encontramos con el hecho colectivo, constituyente de identidades personales y comunes.
Y es allí donde podemos observar que las significaciones contendientes en el campo comunicativo pueden adquirir características diferentes, según la intención se dirija hacia la exacerbación de lo individual o la búsqueda de lo común.
“Hacer la diferencia”, esa suerte de mantram del estilo de vida neoliberal, no es un aforismo elegido al azar. Es un mandato cultural individualista que divide y atomiza. Por el contrario, la recuperación de la comunicación popular, lejos de aspirar a la irrealidad de partículas aisladas flotando en el vacío, debe poner de manifiesto y reforzar el tejido vinculante que existe en términos históricos y sociales entre los seres humanos, verdaderos artífices de su historia.
No por nada, el término “comunicar” está emparentado con el vocablo “común”. La búsqueda de comunidad, de relación pariente y no de la diferenciación, la posibilidad de construcciones comunes, sobre todo a futuro, es la que presenta un panorama claro de rebelión frente a la disgregación y el sinsentido social promovidos por la banalidad propagandística del sistema hegemónico de medios.
Y esta posibilidad de construcciones comunes nos lleva al tema de la integración regional, en tanto intención de aunar esfuerzos, de conciliar diferencias a favor de los beneficios de una complementación creciente.
Quiero destacar aquí un punto importante: La integración es, al igual que la comunicación, un hecho absolutamente intencional y que tiene que ver más con el futuro que con el pasado, aunque éste actúe de manera favorable.
Y es precisamente de ese modelo de construcción colectiva entre naciones, entre pueblos, del que podemos extraer la visión articuladora que nos ayude a empujar la comunicación popular desde una diversidad convergente.
Pasando en limpio: Es necesario reconstruir la comunicación, hoy secuestrada por la propaganda. Dicha reconstrucción sólo puede hacerse desde el protagonismo de la subjetividad humana, activa tanto en la emisión como en la recepción de mensajes. Ese protagonismo, a su vez, encuentra en la comunicación popular su vía de expresión por excelencia.
Por otra parte, descubrir los elementos de autodegradación cultural y sometimiento a modelos de vida neocoloniales es esencial para no sucumbir a nuevas dominaciones. En particular, resistiendo el embate del individualismo y de la exacerbación de las diferencias en sentido jerárquico y antagónico.
Articular la comunicación popular y generar lazos de integración regional, pueden nutrirse de esta idea: una construcción colectiva, intencional, de subjetividades activas y atentas, haciendo converger de manera complementaria lo mejor de cada identidad particular hacia una imagen de futuro compartida.