Existen al menos dos importantes referencias literarias que abordan simultáneamente el tema del totalitarismo y los medios de comunicación. Por un lado, George Orwell, en su novela 1984 y, por el otro, Aldos Huxley, en Un Mundo Feliz. Ambos autores parecen coincidir en sus principales preocupaciones: el devenir de un mundo totalitario; sin embargo, difieren en su interpretación sobre las estrategias y prácticas que se establecerían como parte de las relaciones de poder. El primero, proyecta un mundo de prohibiciones, manipulaciones y censuras, controlado a partir de un férreo ejercicio del poder pensado desde el miedo; el segundo, presenta un mundo saturado y banalizado, controlado a partir de la distracción y el placer.
La reciente decisión del gobierno argentino sobre Telesur, parece demostrar que en el ejercicio del poder hegemónico del capital siguen confluyendo las dos estrategias totalitarias desarrolladas por Orwell y Huxley. Ahí donde los discursos y prácticas mediáticas asociadas al capital son incapaces de dominar a través de las sutilezas y distracciones, entra a jugar el componente disciplinario de la prohibición o, como en este caso, la censura. De modo que las viejas prácticas del garrote aparecen cuando no existe otra forma de contener el contagioso resurgimiento de la conciencia y la irreverencia de los pueblos nuestroamericanos acallados históricamente. Sin duda, Telesur tiene mucho que ver con ello.
El gran pecado de Telesur se expresa rápidamente en la contundente afirmación que acompaña su nombre: “Nuestro Norte es el Sur”, una señal inequívoca del cambio de época que implica un profundo proceso de decolonización que relocaliza la mirada y modifica el locus de enunciación, esto es, el lugar desde el cual se habla. Por tanto,Telesur materializa mediáticamente lo que desde hace siglos exige la América Nuestra: tener voz propia. Un anhelo que había sido negado principalmente a través de una política imperial de captación y “producción” de dirigentes políticos orientados a mantener una sujeción de carácter dependiente con respecto al Norte hegemónico.
La decisión del gobierno de Macri evidencia precisamente que para los gobiernos restauradores de derecha, la prioridad es borrar de un plumazo, a través de procedimientos administrativos o cualquier otro necesario, los avances y logros alcanzados por nuestros pueblos y gobiernos durante la última década y media. Se trata de un borrón y cuenta nueva, que busca reinstalar el viejo aparato burocrático de la época neoliberal al servicio de las grandes trasnacionales y del “libre” flujo del capital.
El objetivo es doble: por un lado, censurar y limitar la circulación de ideas que promuevan modelos alternativos post-desarrollistas y la conformación de una identidad del Sur, capaz de relacionarse en igualdad de condiciones con los países del Norte hegemónico; y, por el otro, crear el contexto necesario para el desarrollo/retorno de una industria del info-entretenimiento, bajo la cual la información, tal como señala Huxley en su libro “Propaganda en una sociedad democrática”, sea incorporada a un circuito de contenidos mediáticos que ya no se debate entre lo verdadero y lo falso sino que se basa en lo irreal, en un “realismo mágico” que resulta irrelevante y profundamente anestésico.
De esa manera, no solo se trata de una lucha por el relato noticioso, esto es, el enfoque y tratamiento de la información, sino también por la implicancia que tienen los medios de comunicación en la sociedad. Ahí donde Telesur invita a una lectura consciente del mundo, reafirmando el Sur como su lugar de enunciación y convocando a la participación activa de los pueblos en la construcción de sus destinos, la plataforma comunicacional hegemónica apuesta a la distracción, a la desinformación a través de la saturación y la irrelevancia, es decir, a la separación de la política como una dimensión esencial de la vida social. “Los medios no son para hacer política”, repetirán las grandes cadenas de televisión mientras nos venden sus productos y nos garantizan información ascética, “justa y balanceada”.
Telesur representa entonces un arma peligrosa para los fines imperiales en la región. Su sola existencia hace palpable el modelo totalitario de comunicación anclado a la idea de libertad de empresa y disimulada bajo la consigna de la “libertad de expresión”. Al invertir los parámetros de la comunicación hegemónica, Telesur pone de manifiesto la homogeneización de los contenidos mediáticos, así como la dependencia y sujeción de los medios privados a los intereses corporativos a los cuales representan. Al censurar y limitar la presencia de Telesur en Argentina, el gobierno de Macri garantiza de facto la existencia de un discurso único. Un anhelo que comparte con los sectores de derecha que aspiran gobernar prontamente en Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia.
Esta decisión del gobierno argentino demuestra una vez más la hipocresía del discurso de la derecha sobre la “pluralidad” y la “libertad de expresión” y obliga a los movimientos de izquierda a construir nuevas y más amplias categorías conceptuales a través de las cuales ofrecer una alternativa al totalitarismo mediático. Consideramos que no es suficiente con denunciar el doble discurso de la derecha y, tampoco, con asumir como propias sus banderas de lucha. Por el contrario, se trata de aprovechar la coyuntura para ejecutar un “salto adelante” y señalar con claridad que los términos “libertad de prensa” y “libertad de expresión“ caricaturizan el Derecho a la información y a la comunicación libre de los pueblos en tanto se presentan como una justificación del uso de la palabra por aquellos a quienes ya les ha sido concedida gracias a sus capitales políticos, económicos o culturales –quienes se pagan y se dan el vuelto-. La noción de libertad de prensa, fundamentada en la libertad de empresa, reproduce las lógicas de invisibilización de sectores ya excluidos del campo discursivo mediático, razón por la cual resultan incompatibles con la naturaleza de un medio como Telesur.
Lejos de defender la comunicación libre, los movimientos de la derecha restauradora y la mayoría de los consorcios mediáticos, e incluso algunas organizaciones políticas y de la sociedad civil de la región, promueven la visión reduccionista de la “libertad de prensa y expresión” en detrimento de la libertad y el derecho a la información y comunicación libre de los pueblos. La censura del gobierno argentino a Telesur debe servir para reflexionar sobre la confiscación de la palabra que ejercen las empresas de comunicación privadas y la vinculación natural de estas con los sectores de derecha.Aún estamos a tiempo de evitar un retorno a los tiempos del discurso único en Nuestra América; para ello es necesario llevar a la práctica cotidiana el leit motiv de Telesur y hacer realmente que nuestro Norte sea el Sur.
DesdeLaPlaza.com/Oscar Lloreda