Con motivo del Día Internacional del Migrante, el 18 de diciembre, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, señala en su mensaje oficial varios dramas que han vivido buena parte de los y las 232 millones de migrantes internacionales en el mundo en este año 2005.
Ban Ki-moon califica 2015 como el año “que se recordará como un año de sufrimiento humano y tragedias migratorias”. El secretario general de la ONU finaliza su mensaje con esta invitación: “Comprometámonos a dar respuestas coherentes, amplias y basadas en los derechos humanos, guiándonos por la legislación y las normas internacionales y un empeño compartido en no dejar a nadie atrás” (http://www.un.org/es/events/
Sin embargo, la situación de los migrantes en el mundo exige no sólo respuestas puntuales de Estados y de bloques regionales, como por ejemplo la Unión Europea, sino una revisión profunda de la actual globalización y de la manera cómo se plantea la relación del hecho migratorio en sí con “la consumación de la modernidad de la mano del capitalismo global”, tal como el pensador colombiano Santiago Castro-Gómez define la globalización (Crítica de la razón latinoamericana, Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2da Edición, Bogotá, 2011).
Mientras que los problemas provocados por la guerra, los “desastres” ambientales, el cambio climático, los impactos del desarrollo son considerados “globales” y, por lo tanto, exigen respuestas “globales” por parte de los Estados y sus respectivas sociedades, sin embargo, las migraciones aún no han recibido el mismo tratamiento a pesar de los esfuerzos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y otros organismos y actores académicos, religiosos y de la sociedad civil a nivel internacional por hacer de ellas “un asunto global”. Es decir, un tema que concierne a toda la humanidad y cuya solución, por lo tanto, debe ser buscada por toda la comunidad humana, más allá de los estrechos límites de la soberanía estatal, la ciudadanía nacional y el propio perímetro identitario-cultural en un mundo cada vez más interconectado.
Ningún Estado quiere abandonar su plena soberanía en cuanto a su decisión de definir las reglas y condiciones del ingreso y la permanencia de los extranjeros (¡peor aún si el extranjero proviene de un país pobre o considerado “indeseable”, “peligroso”!) sobre su territorio, sin tomar en cuenta la fuerte interdependencia que ya existe entre todos los países (al servicio del mercado y el capitalismo “globales”) y el carácter cada vez más común e inextricable del destino de la humanidad.
Sin embargo, las migraciones son transversales a los grandes problemas “globales”, como los que mencionamos arriba, en la medida en que ellas son la consecuencia directa de dichos problemas. Cuando se estalla la guerra, las personas mueren o están forzadas a desplazarse lejos de los territorios afectados. No tienen otra alternativa.
El caso de Siria es sintomático del “éxodo” forzado de millones de sirios hacia los países limítrofes como Turquía, el Líbano, Jordania e Irak, y hacia los países de la Unión Europea.
Los “desastres” ambientales, causados por terremotos, erupciones volcánicas, fenómenos hidrometeorológicos o los impactos del cambio climático, provocan también migraciones masivas de los habitantes que son afectados por esos dramas humanos.
El caso de Haití, país que fue duramente golpeado por un terremoto el 12 de enero de 2010, evidencia la vulnerabilidad de los migrantes haitianos que tuvieron que abandonar su país en busca de un futuro menos sombrío. Los migrantes “medioambientales” haitianos que, por ejemplo, optaron por refugiarse en países latinoamericanos han enfrentado serias dificultades: desde el momento en que tuvieron que aceptar la oferta (muchas veces engañosa) de las redes transnacionales de traficantes ilegales de migrantes, pasando por el emprendimiento de un periplo en uno o varios países de la región (Ecuador, Colombia, Chile, Perú, Brasil, etc.) hasta las dificultades para regularizar su situación e integrarse en los países de acogida.
Los vacíos de protección jurídica para garantizar los derechos y la dignidad de esta categoría de migrantes (“medioambientales”), la criminalización de su estatus migratorio irregular, la ausencia de políticas públicas y programas sociales para facilitar su integración y el racismo estructural heredado de la Colonia y la colonización portuguesa-española figuran, entre otras razones que dificultan la compleja situación de los migrantes haitianos en América Latina desde enero de 2010.
Por otra parte, el peso de la herencia secular colonial explica, en gran parte, el empobrecimiento de las antiguas colonias, caribeñas y africanas por ejemplo, y la migración de sus ciudadanos hacia la “fortaleza” europea que blinda cada vez más sus fronteras. A pesar de eso, eritreos, nigerianos y somalíes, entre otros, siguen llegando a la Unión Europea, tocando a la puerta de sus antiguas metrópolis. A pesar del desacuerdo de un buen número de sus ciudadanos, la “caridad” de algunos países de Occidente ha permitido la acogida, bien limitada, de varios “exiliados” de la guerra y la miseria.
Esos nuevos exiliados, en casi todos los continentes, perdieron sus hogares; llevan consigo, como única pertenencia, el espectro de una lengua, una cultura y un mundo que desaparece para siempre. Algunos especialistas en migraciones, como por ejemplo Saskia Sassen (socióloga y especialista holandesa en los temas de globalización, sociología de las grandes ciudades del mundo, etc.) en una entrevista que dio recientemente a medios europeos (http://www.eldiario.es/
A raíz de esta compleja situación, “familias y comunidades enteras están siendo expulsadas de su territorio de origen. Cada vez quedan menos ‘hogares’ a los que volver”, deplora la socióloga holandesa.
Hoy día los migrantes están cada vez más desarraigados; esto significa que no sólo están en busca de bienestar económico y de mejores oportunidades de empleo y vida para ellos y sus familias (como los llamados “migrantes económicos o voluntarios”) o que quieren salvar sus vidas (como los “refugiados” y los migrantes forzados en general). Su situación es aún más grave: necesitan un hogar dónde “descansar la cabeza”, una tierra dónde echar nuevas raíces, un mundo dónde re-territorializar la vida, re-habitar el tiempo y el espacio.
El desarraigo es tal vez uno de los mayores dramas que ha causado la actual globalización hegemónica. Los flujos migratorios que tuvieron lugar a lo largo del año 2015, provocando por ejemplo la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, han puesto en tela de juicio el “nuevo orden mundial”.
Las migraciones evidencian un mundo que corre a doble velocidad: por una parte, empuja el crecimiento económico (medible con indicadores precisos), la revolución tecnológica (que transforma la vida) y una mayor apertura del mercado global (donde circulen cada vez más libremente bienes, capitales e informaciones), desde un impresionante despliegue del discurso de los derechos humanos y la democracia; pero provocando (justamente para lograr los mismos objetivos que “empuja”) el empobrecimiento y la explotación paroxística de una región del mundo por otra, la depredación de la naturaleza, la eliminación de todo lo que no sea útil al capital ni convertible en mercancía, etc.
Las migraciones muestran el funcionamiento cínico de una globalización que fragmenta a la humanidad y reduce al ser humano a la condición de “medio” e “instrumento” al servicio de otros fines, muy diferentes al (e incluso contradictorios con el) mismo ser humano. ¡La globalización capitalista-neoliberal, en detrimento de la globalización humana que podríamos caracterizar por la conciencia de vivir todos y todas en una casa común y por el imperativo de orientar todas nuestras actividades al servicio del ser humano y hacia la humanización de nuestras sociedades!
El drama de los migrantes en el mundo es el de una humanidad descarrilada (desordenada), de una globalización “excluyente” (al servicio de unos pocos) y de un sistema global que desarraiga a las mayorías pobres de sus hogares catapultándolas hacia “no lugares”. ¡En fin, un mundo que las excluye y las obliga a errar sin cesar, en busca de la imposible hospitalidad, hasta que la muerte los alcance en el Mediterráneo, en las fronteras estadounidense-mexicanas, en el Mar Caribe, en el Mar de Andamán, etc.!
- Wooldy Edson Louidor, profesor e investigador de la Pontificia Universidad Javeriana.
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