Movimientos Sociales: Miradas desde abajo
Aram Aharonian
Jueves, Julio 16, 2015

Nuestros movimientos sociales, indígenas, sindicales, campesinos, comunitarios, que se fueron cimentando a lo largo de las décadas de resistencias y luchas, se van transformando y  potenciado por la realidad sociopolítica que han ayudado a construir, impulsando o constituyendo gobiernos populares en varios países de la región.

Pero la nueva realidad política e institucional, con las nuevas contradicciones, conflictividades sociales, económicos, culturales y políticos, configuran un nuevo mapa sociopolítico donde los movimientos sociales deben hacerse cargo de lo que ellos mismos ayudaron a construir y asumirse como protagonistas de los procesos colectivos de articulación y construcción, simultáneamente con la transformación de espacios gubernamentales e institucionales del Estado y el gobierno, en el marco de la disputa integral con el poder hegemónico tradicional.

 

La lucha es una

 

Los nuevos movimientos emergentes en la escena pública desde diciembre de 2001 en Argentina reflejan los esfuerzos de reconstrucción de los lazos sociales a través de nuevas formas de organización. La visibilidad de estos movimientos y su creciente legitimidad, así como su expansión y sus mecanismos de articulación recíproca, surgieron del colapso institucional que abarcó a la cúspide del poder político, la moneda e incluso los valores que sustentaron el modelo neoliberal de los noventa. Sin embargo, la mayoría de estos movimientos reconoce orígenes previos, con la única excepción de las asambleas barriales, herederas directas de aquel colapso. De allí que las nuevas formas de asociatividad no  deberían asignarse a un supuesto vacío producido por el quiebre del modelo neoliberal, sino más bien atribuirse en gran medida a la desestructuración social que acarreó su  funcionamiento pleno.

Las soluciones no llegarán desde los centros de poder o sus organismos subordinados, sino desde lo profundo del pueblo, desde las periferias, señala Juan Grabois: “Llamamos poder popular a la comunidad que se organiza para pelear por su dignidad y creemos que de ahí puede nacer una nueva sociedad”, señala.

Si bien no es lógico resistir, luchar y alcanzar gobiernos para luego abstenerse de asumir la responsabilidad de cogobernar, participar en la toma de decisiones y el control de la gestión pública y para llevar propuestas propias construidas desde abajo, tampoco parece políticamente lógico que, una vez alcanzado el gobierno por presión, lucha e impulso de los movimientos sociales, se prescinda de ellos o se aspire a cooptarlos en posiciones de administración.

Muchas veces el problema es la sectarización y fragmentación: por ejemplo, la lucha ambiental no es solo ecológica, sino que además es económica, porque pasa por un cambio de modelo de producción. Así, deben fortalecerse las alianzas entre las diversas luchas y reivindicaciones sectoriales, para que juntas puedan concretizarse en victorias para todo el movimiento que las impulsa.

Debemos comprender  que somos parte de la misma lucha, y quien transforma es porque articula por formar un sujeto colectivo político. Ningún actor social por sí solo, sin importar los porcentajes que pueda tener, puede realizar individualmente la articulación para la  recomposición que requiere la sociedad tras la atomización que sufrió producto del modelo neoliberal.

Hay muchas formas de involucramiento de los movimientos. Pueden hacerlo como demandantes, como ejecutores subordinados al gobierno-Estado, como fuerzas de choque de la oposición, como espectadores críticos, como constructores de un nuevo poder, construido con el protagonismo de los de abajo, hombro con hombro, ladrillo con ladrillo (gobierno, Estado e instituciones sociales y políticas).

 

Desde abajo, porque lo único que se construye desde arriba… es un pozo.

 

Isabel Rauber señala que el conflicto es la forma “natural” de existencia y participación de los movimientos sociopolíticos en defensa de la vida, en disputa con el poder hegemónico del capital y en la construcción de su propio poder.

En nuestros países, los movimientos sociales deben revalidar hoy el protagonismo político alcanzado en las luchas contra el neoliberalismo. La existencia de gobiernos populares supone un cambio en las condiciones sociopolíticas, así como en las correlaciones de fuerzas. Obviamente, el protagonismo social y político de la resistencia no es automáticamente trasladable al presente. Para ello hay que abandonar las actitudes reactivas, defensivas, para transformarse en los protagonistas de la historia que se va construyendo, moviéndose quizá en terrenos políticamente desconocidos hasta ahora para lograr que los instrumentos estatales-gubernamentales se conviertan en las herramientas de los cambios definidos con la participación popular gestada desde el abajo.

Los Estados, las organizaciones, los sindicatos, los partidos, los pensadores, los científicos, los militantes comprometidos ni los grandes líderes pueden transformar la realidad sin el pueblo y, claro, mucho menos contra el pueblo.

No hay una caja de herramientas ni un mapa únicos, pero hay que ir construyéndolos, deslastrándose de la carga (de colonialismo) cultural acuñada por 520 años, para participar en la toma de decisiones, para sumar propuestas que impulsen el proceso de cambios superando las consignas y dando los pasos necesarios para fortalecer el protagonismo colectivo del conjunto de actores sociales y políticos del pueblo todo. El futuro está abierto… y en disputa.