Todas las luces de alarma permanecen encendidas en nuestra región ante los intentos restauradores del viejo orden neoliberal y los ataques permanentes a la soberanía de nuestros países y pueblos. Las fuerzas más reaccionarias del mundo han intensificado sus campañas para desestabilizar nuevamente, al término del tercer lustro del milenio, a varios gobiernos latinoamericanos –el venezolano, el boliviano y el ecuatoriano en lo social, económico y militar, el argentino y el brasileño en lo financiero–, en una experiencia que bien puede ser aplicada en cualquier otro país latinoamericano cuyos recursos naturales sean apetecidos por las potencias centrales.
La creciente y orgánica participación de los medios de comunicación cartelizados –nacionales y extranjeros– en la preparación y el desarrollo de las guerras y planes desestabilizadores promovidos por y desde Estados Unidos, demuestra que éstos se han convertido en verdaderas unidades militares. La guerra se traslada al espacio simbólico,
a la batalla ideológica, a la guerra cultural, desde donde se lanzan los misiles para desestabilizar gobiernos, con violencia callejera, con el fin de crear caos y alegar la falta de gobernabilidad.
Socavar desde adentro todos los procesos progresistas es la principal misión de la derecha regional y de sus mandantes del norte. Luego del golpe mediático en Venezuela en abril de 2002, se han venido sucediendo una serie de intentos de “golpes blandos” en América latina, como los verificados y frustrado en Bolivia y Ecuador, y los – lamentablemente– victoriosos en Honduras y Paraguay. Los intentos de desestabilización siguen vigentes en Venezuela, Bolivia, Ecuador, pero también en Argentina y Brasil.
Desde los think tanks se asume la obsolescencia de viejos partidos y añejos liderazgos, que han impedido resguardar el “patio trasero” estadounidense de gobiernos montados sobre las luchas de los movimientos sociales, empecinados en políticas nacionalistas, de justicia social, de redistribución de la renta, de equidad, de defensa de sus recursos naturales, de respeto a la diversidad y pluralidad de sus pueblos que, durante décadas fueron invisibilizados y explotados por políticas neoliberales.
La crisis de identidad de nuestras derechas sorprendió a pensadores y publicistas, desesperados ahora por escribir nuevos libretos. En algunos casos pretenden desconocer la realidad de los avances logrados por los gobiernos progresistas y hablan de un retorno al pasado, al fracaso. Otros intentan robar las consignas e incorporarlas a sus discursos.
Estos mismos grupos de manipulación, con amplio financiamiento del gobierno estadounidense, pero también desde España y Holanda, comenzaron a trabajar en la creación de líderes jóvenes de la oposición en cada uno de los países progresistas de América Latina, lo que le brinda a EE.UU. la posibilidad de aplicar su política injerencista y desestabilizadora al servicio de los intereses de sus corporaciones financieras y comerciales, al presentarlos como la opción más viable para un cambio “necesario” en el país.
Pese a la enorme ofensiva mediática, nacional e internacional, la derecha sigue siendo derrotada en nuestros países. Y continúa mirando cómo gobiernos populares se han venido consolidando, reeligiendo, con un común denominador, de poner en marcha
políticas sociales inclusivas en el continente más desigual del mundo, recuperando el papel del Estado, estimulando políticas de integración subregional y regional, combatiendo la centralidad del mercado. No hubo magia: solamente pagar la deuda interna con las grandes mayorías