A 30 años de la Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular, Osvaldo León, quien participó en la coordinación informativa en representación de la Agencia Latinoamericana de Información (ALAI), recuerda aquella jornada histórica y su importancia para la articulación de los movimientos sociales del continente.
por Osvaldo León
Entre octubre de 1989 y octubre de 1992, las Américas fueron escenario de una singular e inédita manifestación social que habría de marcar procesos organizativos y la lucha de los oprimidos hasta el presente: la Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular, impulsada en el marco del medio milenio del inicio de la invasión europea a nuestras tierras.
A parte de haber sido impulsada por organizaciones indígenas y campesinas con fuerte arraigo nacional, pero sin filiación alguna en el plano internacional (vale decir, novatas en este ámbito), la novedad de esta campaña radicó en su concepción, cuya premisa central fue: “unidad en la diversidad”, que logra abrir espacios de confluencia –tanto a nivel nacional como continental– de diferentes sectores sociales. Y esto, en un momento de reflujo, dispersión y desconcierto por el impacto desintegrador de las políticas neoliberales en los procesos organizativos y cuando en muchas organizaciones había comenzado a cundir la sensación de desamparo tras la caída del muro de Berlín.
La Campaña inicialmente fue impulsada por organizaciones indígenas y campesinas de la Región Andina y el Movimiento Sin Tierra (MST) del Brasil que habían iniciado un proceso de acercamiento a partir de la realización de un taller regional sobre educación y comunicación en 19871, en el cual, entre otras resoluciones, se acordó impulsar un mecanismo de coordinación regional y convocar a un segundo encuentro en Colombia, pero a nivel latinoamericano. En el curso de los preparativos, al sopesar las implicaciones que se desprendían de la convocatoria para celebrar el “Encuentro de dos mundos” con motivo del V Centenario que para entonces formulan los gobiernos de Iberoamérica, se acordó darle un giro al evento para que sirva más bien como una plataforma de lanzamiento de una campaña continental en torno a los 500 Años. Su propósito: convertir “el V Centenario de la conquista española… en el inicio del autodescubrimiento de nuestra América y en un motivo de afianzamiento de la unidad de los oprimidos”.
El arranque no fue fácil. Cuando se lanza la campaña en Bogotá, para la mayoría de organizaciones presentes era la primera vez que se sentaba en la misma mesa para compartir criterios, propuestas, enfoques, etc. Por tanto, no tardaron en surgir las diferencias y con ellas las dudas, temores, desconfianzas y, por supuesto, las tensiones. Después de todo, más allá de todo voluntarismo, cada quien era portadora de sus particulares tradiciones de lucha, formas organizativas, metodologías y estilos de trabajo, plataformas reivindicativas, enfoques, etc. Sin embargo, primó un acuerdo de compromiso: “hacer camino al andar”.
Su propósito: convertir “el V Centenario de la conquista española… en el inicio del autodescubrimiento de nuestra América y en un motivo de afianzamiento de la unidad de los oprimidos”
Propiciando un amplio debate y movilizaciones de diversas modalidades y alcance, esta caminata consiguió anular el carácter festivo que el gobierno de España y sus pares del continente querían darle al V Centenario. Es más, por su dinámica logró trascender a la campaña misma y convertirse en un crisol para el surgimiento de coordinaciones y articulaciones sectoriales, abriendo brechas hacia el futuro ya que posteriormente se desdobló en instancias de coordinación de pueblos indígenas, la convergencia de organizaciones afroamericanas, la conformación de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC-Vía Campesina) y de la Asamblea del Pueblo de Dios, la reactivación del Frente Continental de Organizaciones Comunales (FCOC), entre otras.
Cabe tener presente que los sectores más dinámicos fueron los más excluidos: indígenas, afroamericanos, campesinos, pobladores, mujeres, etc., quienes no sólo dieron cuenta de nuevas formas y métodos organizativos y de expresión, sino que además pusieron en el tapete nuevas demandas, con un denominador común: la aspiración de una democracia participativa y deliberativa –tanto en la vida interna de las organizaciones como de la sociedad en su conjunto– como antítesis a la exclusión social que genera el modelo neoliberal. Y en esta perspectiva, también quedó planteado el desafío de articular un movimiento “amplio, pluralista, multiétnico, plurinacional, pluricultural, anti-colonial, antiimperialista, solidario, autogestionario, democrático, en contra de todas las formas de explotación, opresión, racismo y discriminación”.
La razón para que la Campaña de los 500 Años asuma la premisa de “unidad en la diversidad” fue la presencia de las organizaciones indígenas y sus inquietudes sobre el sentido y el carácter de las alianzas, en la medida que su problemática exigía ir más allá de una lectura exclusivamente clasista, para incorporar la dimensión étnica. Y, obviamente, en el caminar dicha premisa también se fue enriqueciendo.
En términos prácticos, ello se tradujo en la forma como se orquestó el proceso operativo: comités nacionales amplios, articulados regionalmente para nominar sus delegados/as a la coordinación continental, teniendo a una secretaría operativa como punto de enlace y facilitador del intercambio de información. Tras esta configuración existía el criterio de que la Campaña debía ser ante todo un espacio de confluencia de los diversos sectores implicados y que cada uno de éstos podía impulsar las iniciativas que a bien tuviere.
Esto es, una afirmación de la autonomía de cada sector y organización, pues para hacer algo no había que pedirle permiso a nadie, lo único que se planteaba era la necesidad de coordinar esfuerzos para tener mayor contundencia. Es más, no se consideraba como la única campaña, por el contrario se asumía que lo importante era que el mayor número de sectores se pronuncie sobre los 500 años, sea al interior o fuera de ella, ya que de esa manera se rompía la indiferencia frente a la problemática que ésta planteaba.
“existía el criterio de que la Campaña debía ser ante todo un espacio de confluencia de los diversos sectores implicados y que cada uno de éstos podía impulsar las iniciativas que a bien tuviere”
De modo que al reivindicar la diversidad (negándose a imponer una perspectiva única) también se quería evitar que la movilización en torno a los 500 años se traduzca en dispersión y se torne intrascendente. Si se quiere, el planteamiento implícito era: valorar la diversidad, fortificando la unidad. Toda vez, la fórmula tenía un prerrequisito: el respeto a la diferencia. Y este es, sin duda, uno de los desafíos más importantes que colocó la Campaña a sus protagonistas.
Cabe tener presente que gran parte de los movimientos sociales habían hecho escuela en cierta tradición de la izquierda marcada por la intolerancia ante la diferencia, bajo cuyos parámetros ésta era vista como una tragedia. Por lo mismo, hablar de “unidad en la diversidad” de por sí supone una ruptura con dicha tradición.
Conviene recordar también que en muchas organizaciones sociales el “tema indígena” era un tabú e incluso estigmatizado, pues se consideraba que se trataba de un tema manipulado por el imperialismo para dividir a los sectores populares. Y efectivamente muchos ejemplos servían para corroborar esta apreciación, como es el caso de la forma que utilizó el gobierno de Ronald Reagan a los miskitos en Nicaragua para presionar al sandinismo, para luego dejarles abandonados a su suerte cuando perdieron sentido instrumental. Y no cabe duda que la campaña contribuyó al reconocimiento y legitimidad de las reivindicaciones de los pueblos indígenas que para entonces comenzaron a irrumpir con fuerza en diversos países.
A diferencia de otras iniciativas de carácter continental que para entonces estaban en curso, como las realizadas contra la deuda externa, por ejemplo, lo que permitió que la Campaña cobre fuerza, más allá de la motivación histórica, entre otros factores fue el hecho que ella nació con un protagonismo social (por lo general ante la indiferencia cuando no sospecha de los partidos) y se arraigó en procesos nacionales, de la mano del despertar indígena que se produjo en varios países del área, como es el caso del Levantamiento Indígena en Ecuador, en junio de 1990.
De modo que lo continental y regional fueron más bien expresión de las dinámicas y convergencias (en muchos casos inéditas) que habían logrado articular los comités nacionales, y no a la inversa. Se podría decir que fue una respuesta pionera desde el campo popular al fenómeno de la globalización, ya que permitió entrelazar las acciones locales con las globales, contrarrestando el localismo que el neoliberalismo pretendía imponer a las demandas sociales; al tiempo que generó un significativo movimiento de solidaridad internacional, etc. Y esto, cuando las modalidades de comunicación a distancia eran precarias y muy caras, salvo el correo postal. Si bien la Campaña también fue pionera en la utilización de la comunicación digital que en algunos países daba sus pininos, los tiempos de Internet llegarían años después.
Pero además de las acciones desplegadas, lo importante es que este proceso permitió levantar en gran medida las barreras que se habían interpuesto, tanto entre sectores como entre países. Esto es, articular un espacio en donde confluyeron los diferentes movimientos para intercambiar iniciativas y experiencias, hacer denuncias, exponer sus puntos de vista, generar solidaridades, y al mismo tiempo para definir en común ejes que permitan hacer luchas conjuntas. Es decir, no fue una propuesta para centralizar organizaciones, sino para unificar ejes de lucha.
Si se quiere, fue una iniciativa que buscó responder a la necesidad de romper el aislamiento y la dispersión en que se debaten los movimientos sociales; a la necesidad de superar las relaciones fugaces y precarias que existen entre organizaciones a nivel regional y continental; a la necesidad de contar con una solidaridad efectiva con las luchas específicas; a la necesidad de gravitar con voz propia en los asuntos y espacios de alcance internacional; y para ello puso énfasis en las dinámicas y mecanismos, más que en los esquemas y estructuras.
En los tres años que duró la jornada, se produjeron, tanto a nivel nacional, como regional y continental, innumerables encuentros, una serie de eventos, visitas, intercambios de experiencias y puntos de vista, etc. que permitieron que se tejan nuevos lazos de solidaridad, no solo en cuanto a un mayor respaldo y acompañamiento activo a sus respectivas luchas, sino también como partícipes de una lucha común. Se podría decir que en el I Encuentro en Bogotá se dio una reunión de siglas que casi nadie conocía o podía descifrar, pero dos años después en Xelaju (Guatemala) ya se estaba frente a identidades básicas y con resultados alcanzados con ese accionar común, para en el III Encuentro en Managua proponer perspectivas para un movimiento continental.
En suma, esta Campaña se convirtió en una especie de gran trinchera que permitió resistir e intentar salir hacia adelante con procesos de organización, ya no sólo de cara a los parámetros nacionales, sino también en el terreno continental y aun global, como lo testifica el hecho de que en su ínterin logró el Premio Nobel Alternativo 1991 para el Movimiento Sin Tierra (MST) del Brasil y el Premio Nobel 1992 para la indígena guatemalteca Rigoberta Menchú Tum.
Por otra parte, el esquema organizativo (descentralizado, instancia de enlace –no de dirección–, reconocimiento y respeto de la autonomía de sus integrantes, búsqueda de consensos como norma para la toma de decisiones, etc.) pasó a ser el referente en los procesos de articulación que se tejieron al calor de la Campaña, tal el caso de la CLOC-Vía Campesina que incluso adoptó la simbología. E igual ha sucedido con campañas posteriores, como la Campaña Continental contra el ALCA, y otras iniciativas populares actualmente en curso.
Todo esto, en el fondo, lo que demuestra es la capacidad que alcanzó la Campaña en términos de conexiones para actuar globalmente, a partir de iniciativas locales. Es decir, salió a flote algo que no se lo ve a primera vista, ni necesariamente se lo ha valorado de manera debida: la articulación de un tejido de comunicación, de redes informativas, de espacios de interacción, etc., que son requisitos básicos para una coordinación.