El triple desafío de comunicar para la integración
Javier Tolcachier
Jueves, Junio 30, 2016
Foto: Archivo

Más allá de dificultades coyunturales, la integración regional de signo soberano es un proyecto permanente que –como todo proyecto– sufre altibajos en el proceso de su consecución. La integración representa una afrenta a la lógica de la subordinación. Señala no sólo un camino de relativa independencia y paridad en relación a los centros de poder establecido, sino que también proclama la posibilidad de una convergencia intencional de los pueblos sin mediar imposición de modelos. Apunta en la indiscutible dirección de la historia humana que implica la superación de condiciones previas de dolor y sufrimiento, de opresión y violencia. Conlleva, por tanto, en su esencia –y por sobre todo intermedio táctico– un eminente conflicto con las pretensiones de dominio hegemónico. El signo integrador solidario encarna y encara, además, una lucha inequívoca contra el inmovilismo histórico y social.

La imagen de una identidad común que rescinda fronteras ficticias, recoge anhelos de unidad, promueve relaciones de desarrollo y abre a los pueblos la posibilidad de forjar un destino compartido en sentido fraterno.

La encrucijada del momento geopolítico muestra la reacción estadounidense contra el avance alcanzado en los últimos años por el multilateralismo, en aras de la recomposición de un frustrado esquema unipolar. Esta ofensiva es propugnada por sectores hiperconcentrados (banca, corporaciones, complejo militar industrial), que tienen su anclaje jurídico, militar, político y económico en el país norteamericano y manejan el sistema político de aquel país.

El objetivo de dicha reacción es claro: destruir todo esfuerzo de integración externo a su órbita de intereses y contrarrestar las nuevas alianzas mundiales establecidas por los países BRICS, las relaciones Sur-Sur. Así se pretende detener la inminente caída del sistema internacional establecido en la segunda mitad del siglo pasado, cuyas instituciones y moneda son controladas por los Estados Unidos de América.

Desde un punto de vista histórico, despunta también de manera innegable un extendido, indignado e irreverente reclamo de superación sistémica de lo viejo por algo nuevo, multiforme en su reclamo y acaso también en sus objetivos. Dicha rebelión es mundializada, se produce en muy distintos contextos culturales y su portador principal son las nuevas generaciones.

Frente a este escenario, la comunicación no ha sido, no es, ni puede ser neutral. Más aún: gran parte de lo que llamamos “comunicación” ha desaparecido, siendo fagocitada por la propaganda. Esa modalidad de difusión masiva, es la que mantiene vivo a un sistema de acumulación de capital ya largamente obsoleto en términos de economía real.

Ya desde la aparición en los EEUU del libro de E. Bernays “Crystallizing Public Opinion” (1923), las técnicas de mercadeo reemplazarían significativamente a todo otro mensaje en la esfera pública. Los estudios cinematográficos de Hollywood aportarían la colonización modélica, mientras que en el área política, los sucesivos estamentos de guerra psicológica del Departamento de Estado norteamericano y la CIA cooptarían medios y periodistas[1] para diseminar infundios e ideología. Su misión fue (y sigue siendo) la de potenciar la imagen de Estados Unidos como bastión del mundo libre y como modelo de vida para los demás pueblos del mundo.

La larga noche de la posguerra, lejos de haber desaparecido, llega hasta hoy. De manera directa o a través del servilismo de las empresas locales, los contenidos difundidos por sus extendidos tentáculos se manipulan para hacer creer a los públicos que el capitalismo es la única realidad posible y deseable.

La alianza objetiva de poder local y poder foráneo responde al interés de detener todo impulso democratizador, revolucionario o redistributivo que pudiera amenazar con socavar la monopolización de recursos y medios.

Esta articulación económico-medial que impulsó la globalización mercantil, el debilitamiento estatal y la corrosión de lo público, se opone de manera aparentemente contradictoria a todo intento de que las algo irreales particiones administrativas poscoloniales llamadas “países”, dejen paso a integraciones solidarias, cuya autonomía y fuerza pondrían en entredicho la injusticia estructural de la real partición sistémica: el poder financiero internacional en manos del 1% y el resto de los habitantes del planeta.

Contrainsurgencia mediática

La maquinaria de desinformación de los grupos mediáticos monopólicos es colosal en sus dimensiones, desintegradora en sus pretensiones y manipuladora en sus procedimientos.

Así, por su propia lógica expansiva, no sólo pretende asfixiar toda otra expresión u opinión en el espacio público, sino que también, por su inherente lógica de dominación, apunta a la ocupación de todo espacio simbólico mediante operaciones de contrainsurgencia semiótica.

Así es como la descarnada opresión y agresión se disfraza de cruzadas por la “libertad”. Así es cómo la sacralidad de la libertad en tanto supremo propósito de la especie es profanada y convertida en “libertad” de mercado, de comercio, de prensa, derivando en esa desalmada y falsa libertad individualista cuyo único destino son el desprecio por el otro, el temor y la absoluta soledad. Peor aún, ese desatino lingüístico, moral y conceptual exige para su instalación precisamente lo contrario: la pérdida de toda libertad emanada de la igualdad de oportunidades, la real democracia y la diversidad de expresiones. De esa manera, la libertad de todos queda supeditada a los insensibles designios de unos pocos.

Así es como la politización social es sindicada como rémora de tiempos idos, así es como el (aparente) vacío de significados inunda la superficie mediada, en un intento de acallar toda crítica y esfuerzo movilizador.

Así es como los paladines de la guerra, los instigadores de dictaduras, los que operan desde las sombras, elevan acusaciones denunciando a toda personalidad que emerge a través del genuino clamor popular para defender sus derechos. Esta distorsión ha llegado a crear incluso en los progresismos un sentido culposo de la formal (o formol-) democracia que el antipueblo aprovecha para avanzar. En definitiva, la real dialéctica de valores que se quiere oscurecer es aquella de la acumulación privada en oposición al bienestar común.

La contrainsurgencia mediática del sistema se mueve con los antepredicativos[2], es decir con elementos previos al juicio (prejuicios) y no con racionalidades argumentales. Es el espacio de los relatos, de una onírica macabra en sus intenciones pero atrayente en sus imágenes. Tal astucia quiere conectar con la dimensión activa del receptor, cuya memoria está forjada, en nuestra región, con muchos elementos de sumisión al poder foráneo y la cultura eurocentrista.

La riqueza de la diversidad

Comprender esto es esencial para avanzar en la integración de América Latina y el Caribe. Hemos sido formados en escenarios mentales de autodegradación. La conquista impuso gran parte de sus creencias, pretendiendo sepultar, tanto en términos físicos como simbólicos, toda construcción cultural precedente. La explotación colonial, la orientación de la fundación independentista ahora bicentenaria, su consolidación europeísta y plutocrática, la subsiguiente masiva inmigración europea junto a las leyes fascistas de proscripción cultural son factores que impusieron la instalación de un pensamiento colonizado. Éste impide apreciar suficientemente el mayoritario mestizaje cultural que nos caracteriza, dificultando el hermanamiento regional y peraltando la prevalencia del de afuera. Así, es común ver aquel rasgo autodestructivo en un contingente importante de nuestros pueblos que impele a querer parecerse “al otro” para no ser visto como un “otro”. Así, la liberación producto de la integración regional debe apuntar no sólo a reparar la destrucción objetiva sino también a reconstruir la demolición subjetiva.

No se trata de forjar identidades excluyentes, chovinismos regionales simplistas o defender un arcaísmo estático y sin futuro. Se trata de ponderar la riqueza de lo diverso, de recuperar la belleza de lo multiforme, de aunar en sentido creativo lo mejor de los impulsos culturales sojuzgados, para desde allí, en gesta de iguales, proponer horizontes de colaboración y reciprocidad a las demás regiones.

Este panorama pone a la comunicación para una integración emancipadora ante un triple desafío:

  1. Recuperar el sentido de la comunicación, contrarrestando el aparato mediático de propaganda mercantilista mediante el poder de la convergencia de lo diverso, mediante la articulación creativa de los millares de medios populares, comunitarios, universitarios o cooperativos, tan legítimos como aptos para dicha tarea.
    Es imperativo fijar agendas informativas y matrices de análisis propias frente al entramado prefijado por los conglomerados corporativos. Crear y compartir contenido multimedial de calidad que sirva para entretejer lazos de integración entre los pueblos.
  2. Democratizar efectivamente la posibilidad de emitir y de recibir información, reclamar y hacer efectivo el derecho humano a la comunicación, exento de toda posibilidad de apropiación hegemónica.
  3. Hacer docencia sobre el escenario de conflicto subjetivo entre comunicación liberadora y propaganda retrógrada. Al mismo tiempo, ayudar a reflexionar sobre la dimensión decisiva de superar esquemas de autodegradación y dependencia cultural, permitiéndonos la posibilidad de soñar con horizontes de acción y desarrollo no condicionados.

En ese sentido, el trabajo del Foro de Comunicación para la Integración de NuestrAmérica (FCINA), –articulación de medios, redes de comunicación y movimientos sociales de América Latina y el Caribe comprometidos con el avance de la integración de los pueblos de la región– representa, en relación colaborativa con otras iniciativas similares, la señal adecuada.

Javier Tolcachier es investigador del Centro Mundial de Estudios Humanistas y columnista en la agencia internacional de noticias Pressenza.


[1] Ver Operación Mockingbird o la nota de C. Bernstein http://carlbernstein.com/magazine_cia_and_media.php

[2] Antepredicativo: en la fenomenología de Husserl, lo dado para la conciencia previo a emitir juicio.