Del 30 de noviembre al 11 de diciembre, París será escenario de la 21 Conferencia de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP 21), que llega en un momento crucial, aunque con perspectivas poco prometedoras. Así lo evidencia el borrador de texto de negociación para la COP21, presentado por los dos copresidentes de la Conferencia (08/10/15). Según críticas, más parece un documento para la negociación de oportunidades económicas, que del clima[1] y no incluye en las negociaciones los objetivos nacionales de emisiones post 2020.
Tras 20 años del inicio de la Convención del Clima, cuyo objetivo principal es la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero, para mantenerse bajo el umbral de un incremento máximo de temperatura de +2ºC, no solo que los avances registrados son mínimos, sino que incluso hay signos de retrocesos, tal el caso de la discusión sobre “responsabilidades comunes, pero diferenciadas”, un tema clave que últimamente ha registrado ataques sistemáticos de países del Norte.
Entre tanto, crecen las evidencias de que el calentamiento global sigue avanzando en forma inexorable. Tanto en la comunidad científica, como también en el ámbito político, se ha extendido el reconocimiento de que el cambio climático es un hecho comprobado y una seria amenaza, como también que la causa principal son los procesos de industrialización de los últimos dos siglos. No obstante, aún persiste mucha incertidumbre en cuanto a su ritmo de evolución, que es un factor clave para poder definir políticas adecuadas y oportunas.
La mayoría de gobiernos tiende a planificar en función de una progresión lineal. No obstante, el informe 2014 sobre “Impactos, Adaptación y Vulnerabilidad”[2] del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático –IPCC-, entidad cuyo análisis tiende a ser cauto en cuanto a pronósticos, reconoce que existen señales incipientes pero preocupantes de que ciertos ecosistemas clave podrían llegar a puntos de inflexión o desencadenantes (tipping points).
Cuatro zonas críticas
Si tal posibilidad ocurre, las consecuencias podrían ser catastróficas, ya que de traspasar estos límites se encadenaría un rápido proceso de cambios irreversibles que acelerarán mucho más el cambio climático. Los eventuales puntos de inflexión más críticos identificados por el IPCC se ubican en cuatro zonas, que son: la Circulación Meridional de Retorno del Atlántico Norte (AMOC por sus siglas en inglés); el Ártico; los arrecifes de coral y la Amazonía.
La AMOC se refiere a la corriente del Golfo, que lleva aguas tibias del Caribe al Noroeste de Europa, haciendo que su clima sea más templado que el clima continental a la misma latitud, la cual en ciertas épocas ha dado signos de estancarse, debido a la afluencia de aguas frías por el deshielo en Groenlandia; se teme que podría llegar a paralizarse completamente, lo que redundaría en inviernos mucho más fríos en Europa y en el este de EE.UU.
El Ártico es uno de los casos más claros: ya se ha calentado mucho más que las demás regiones del planeta, con efectos devastadores para la flora y fauna, y para los medios de subsistencia de los pueblos nativos de la zona; es más, al descongelarse el suelo árctico, se liberarán grandes cantidades adicionales de gases de efecto invernadero en la atmósfera, con lo cual se intensificará el ritmo del cambio climático en todo el mundo.
Los arrecifes de coral, que albergan hasta un 25% de la vida marina, a pesar de constituir menos del 1% de la superficie de la Tierra, se están muriendo o “blanqueando” aceleradamente en todo el mundo. Algunos estimados señalan que un 50% de los arrecifes han perecido en solo 30 años y que, a ese ritmo, podrían desaparecer todos hacia 2050, con una gran pérdida de biodiversidad y del sustento alimenticio de unas 850 millones de personas[3]. El Caribe es una de las zonas más vulnerables.
La cuarta región en peligro de llegar a un punto de inflexión es la Amazonia, lo que implicaría una enorme pérdida de biodiversidad y un impacto en cadena en el proceso de calentamiento global.
Estos datos indican que sería irresponsable que los acuerdos de la COP21 en Paris se basen simplemente en estimados del ritmo actual de calentamiento y contemplen medidas políticas postergadas para el próximo decenio. De hecho, con el trasfondo de negociaciones marcadas por la presión de lobbies financieros y de grandes transnacionales del sector minero y energía fósil, agronegocio, etc., el asunto es que prácticamente ha quedado al margen la cuestión central: el análisis de las causas del problema ambiental, que conlleva al debate sobre el modelo de desarrollo.
La resonancia de Laudato Si’
En este contexto, el Papa Francisco publicó en junio su carta encíclica Laudato Si’: Sobre el cuidado de la Casa Común[4], convocando a una conversión ecológica integral, cuyos señalamientos han contribuido para que se amplíe y profundice la reflexión y el debate sobre esta temática compleja, asumiendo el doble desafío de justicia climática y justicia social. Y es así que ha pasado a ser un referente mundial, con una postura ética cuyo impacto va mucho más allá de la Iglesia y sus fieles.
Laudato Si’ enuncia virtudes y principios éticos que pueden servir de referencia a las negociaciones sobre políticas frente al cambio climático; a la vez que formula recomendaciones prácticas. Es más, para Fritjof Capra[5] esta encíclica expresa una visión sistémica de la vida, que implica integrar las dimensiones biológica, cognitiva, social y ecológica. Por lo mismo, promueve la necesidad de una nueva forma de pensar, que reconozca las interconexiones, o lo que Francisco llama una “ecología integral” y multidisciplinaria.
Este enfoque llama, entre otros aspectos, a redefinir el concepto del progreso y a buscar un consenso global, dejando de lado las posturas que colocan los intereses nacionales por encima del bien común global (Art 169). Critica la debilidad de las respuestas políticas internacionales, hecho que atribuye a que la política está subordinada a la tecnología y a las finanzas y a que priman intereses especiales y económicos particulares (Art 54). Como también, a la miopía política, que se preocupa solo de resultados inmediatos y cálculos electorales (Art 178). Por lo mismo, aboga por poner mayor poder en manos de la ciudadanía: “Si los ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es posible un control de los daños ambientales” (art 179).
Como para dar mayor fuerza al llamado de Laudato Si’, éste fue el eje de las intervenciones de Francisco en el curso de los periplos en julio (por Ecuador, Bolivia y Paraguay) y en septiembre (por Cuba y EE.UU.), que contempló desde espacios con los organizaciones populares hasta su presencia en la Asamblea General de la ONU, pasando por instancias oficiales nacionales, como el congreso estadounidense.
Tres grandes tareas
En tierras suramericanas, el mensaje más contundente Francisco lo expresó en el Encuentro Mundial de los Movimientos Sociales que tuvo lugar en Santa Cruz, Bolivia, el 9 de julio 2015[6], donde expresó: “Empecemos reconociendo que necesitamos un cambio… [en referencia a los] “problemas comunes a toda la humanidad. Problemas que tienen una matriz global y que hoy ningún Estado puede resolver por sí mismo. Este sistema ya no se aguanta… Y tampoco lo aguanta la Tierra”.
“La globalización de la esperanza, que nace de los Pueblos y crece entre los pobres, debe sustituir esta globalización de la exclusión y la indiferencia. Se está castigando a la tierra, a los pueblos y las personas de un modo casi salvaje… Cuando el capital se convierte en ídolo y dirige las opciones de los seres humanos, cuando la avidez por el dinero tutela todo el sistema socioeconómico, arruina la sociedad, condena al hombre, lo convierte en esclavo, destruye la fraternidad interhumana, enfrenta pueblo contra pueblo y, como vemos, incluso pone en riesgo esta nuestra casa común”, acotó.
Tras puntualizar: “no esperen de este Papa una receta”, propuso, sin embargo, tres grandes tareas: la primera, “poner la economía al servicio de los Pueblos”; la segunda, “unir nuestros Pueblos en el camino de la paz y la justicia… Y la tercera tarea, tal vez la más importante que debemos asumir hoy, es defender la Madre Tierra. No se puede permitir que ciertos intereses –que son globales pero no universales– se impongan, sometan a los Estados y organismos internacionales, y continúen destruyendo la creación”.
“Los Pueblos y sus movimientos están llamados a clamar, a movilizarse, a exigir –pacífica pero tenazmente– la adopción urgente de medidas apropiadas. Yo les pido, en nombre de Dios, que defiendan a la Madre Tierra... el futuro de la humanidad no está únicamente en manos de los grandes dirigentes, las grandes potencias y las élites. Está fundamentalmente en manos de los Pueblos; en su capacidad de organizar y también en sus manos que riegan con humildad y convicción este proceso de cambio”, recalcó al final de su discurso.
Reclamo a los gobernantes
“Hoy, más que cualquier otro líder, el Papa vincula firmemente los temas del mundo natural con aquellos del mundo social. Y lo hace con ‘autoridad’… Es así que millones de personas ‘se conectan’ con él y confían en él”,[7] sostiene el Cardenal Peter Turkson, presidente del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz, cercano colaborador de Francisco.
En su comparecencia ante la Asamblea General de Naciones Unidas, el Obispo de Roma manifestó: “Ante todo, hay que afirmar que existe un verdadero ‘derecho del ambiente’ por un doble motivo. Primero, porque los seres humanos somos parte del ambiente. Vivimos en comunión con él, porque el mismo ambiente comporta límites éticos que la acción humana debe reconocer y respetar. El hombre, aun cuando está dotado de ‘capacidades inéditas’ que ‘muestran una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico’ (Laudato si’, 81), es al mismo tiempo una porción de ese ambiente. Tiene un cuerpo formado por elementos físicos, químicos y biológicos, y solo puede sobrevivir y desarrollarse si el ambiente ecológico le es favorable. Cualquier daño al ambiente, por tanto, es un daño a la humanidad”.
“El mundo reclama de todos los gobernantes una voluntad efectiva, práctica, constante, de pasos concretos y medidas inmediatas, para preservar y mejorar el ambiente natural y vencer cuanto antes el fenómeno de la exclusión social y económica”, dijo, para luego poner el dedo en la llaga: “La crisis ecológica, junto con la destrucción de buena parte de la biodiversidad, puede poner en peligro la existencia misma de la especie humana. Las nefastas consecuencias de un irresponsable desgobierno de la economía mundial, guiado solo por la ambición de lucro y de poder, deben ser un llamado a una severa reflexión sobre el hombre…”.
Con relación a la COP21, Turkson señala que Laudato Sí, entre los posibles aportes, podría dar un empujón a los negociadores y representantes para que concedan mayor importancia a las necesidades reales de las mayorías en cada país, y contribuir para que las conversaciones y resoluciones reflejen “el vínculo moral indisoluble” entre el mundo natural y el social. Además, podría ser un factor de convencimiento entre los decisores que el mundo está listo para la acción real; y una voz de aliento y orientación para las acciones de los actores sociales que se movilicen en torno a la COP21.
En fin, se espera que de esta manera contribuya a reducir el riesgo de una falta de acuerdos en Paris, como sucedió en Copenhague hace seis años; o el riesgo aún mayor de que, como en Rio 1992, se logren buenos acuerdos, pero que luego la mayor parte no se implemente.
Defender la Amazonía
La Amazonía es uno de los tres grandes lugares del mundo con reservas forestales importantes reguladoras de los ecosistemas regionales. Las otras dos se encuentran en Asia del Sur-Este (Malasia e Indonesia, que han destruido más de 80 % de sus selvas originarias por la plantación de palma africana y de eucaliptos) y en el Congo (donde se ha reanudado la explotación de madera y la extracción minera). La selva amazónica, indica François Houtart[8], almacena un total de 109.660 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2)[9], es decir el 50% del CO2 en los bosques tropicales del planeta[10]. Con una extensión de 4 millones de km2, en 9 países, en esta región habitan unas 33 millones de personas y entre ellas, 400 pueblos indígenas.
Apoyándose en el estudio de Antonio Donato Nobre (O Futuro Climático da Amazônia – Relatorio de Avaliação científica), Houtart señala: “La historia geológica de la Amazonia es muy anciana. Se tomaron decenas de millones de años para construir la base de la biodiversidad de la selva, que estableció esta última como ‘máquina de regulación ambiental’ de alta complejidad. Se trata de ‘un océano verde’ en relación con el océano gaseoso de la atmosfera (agua, gases, energía) y con el océano azul de los mares”.
“Las principales funciones son cinco –acota-. Primero, la selva mantiene la humedad del aire, permitiendo lluvias en lugares lejos de los océanos, gracias a la transpiración de los árboles. En segundo lugar, las lluvias abundantes ayudan a conservar un aire limpio. Tercero, se conserva un ciclo hidrológico benéfico aún en circunstancias adversas, porque la selva aspira el aire húmido de los océanos hacia dentro, manteniendo lluvias en cualquier circunstancia. La cuarta función es la exportación del agua por los ríos en grandes distancias, impidiendo la desertificación, especialmente al este de la cordillera. Finalmente, ella evita fenómenos climáticos extremos gracias a la densidad forestal, que impiden tempestades alimentadas por el vapor de agua. Por eso se debe defender esta riqueza natural excepcional”.
Como anotamos, según el informe 2014 del IPCC, la Amazonía se encuentra entre las cuatro regiones en peligro de llegar a un punto de inflexión. Si bien las evidencias no están plenamente claras, de continuarse la actual tendencia de sequías anuales cada vez más largas en esa zona, no se excluye una gran disminución de la zona amazónica en este siglo, dependiendo del grado de aumento de la temperatura promedio mundial.
-Osvaldo León y Sally Burch: periodistas de ALAI.
* Artículo introductorio de la edición 508 (octubre 2015) de la revista América Latina en Movimiento de ALAI que, bajo el título “Cambio climático y Amazonia”, aborda justamente el cambio climático desde la realidad amazónica, principalmente con aportes de integrantes de la Red Eclesial Pan-Amazónica (REPAM).