Un acuerdo llamado a asegurar justicia para las víctimas de la guerra interna en Colombia, que ha durado más de medio siglo, fue firmado en La Habana por los jefes de las delegaciones de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP) y del Gobierno colombiano en los Diálogos de Paz, en presencia del Presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y el líder máximo de las FARC-EP, Timoleón Jiménez, con el Presidente cubano Raúl Castro como anfitrión del encuentro.
El documento fue firmado por Iván Márquez y Humberto de la Calle, respectivamente jefes de las delegaciones de las FARC-EP y del Gobierno colombiano, así como por los representantes de los países garantes, Cuba y Noruega, y de los países acompañantes, Venezuela y Chile.
El texto aprobado, antesala del acuerdo definitivo de paz, que, según se pactó, debe firmarse en el término de seis meses, supone un momento irreversible en el camino a la conclusión del conflicto, reconoce a las víctimas como la parte más importante del acuerdo, y establece mecanismos para la aplicar la justicia y garantizar que no se repitan los delitos que se hicieron presentes a lo largo de la confrontación. Timoleón Jiménez convocó a los colombianos a la unidad para lograr la paz definitiva y aunar esfuerzos para neutralizar el odio, en tanto el presidente Santos reconoció y valoró el paso dado por la insurgencia al anunciar que “a más tardar el 23 de marzo de 2016” se firmará la paz en Colombia.
En la ceremonia se rubricó por los representantes de la guerrilla y del gobierno de Colombia un comunicado conjunto que establece una Jurisdicción Especial de Justicia para garantizar que los crímenes de la guerra no queden impunes. Un apretón de manos, llamado a ser histórico, entre Santos y Timoleón Jiménez, en presencia del presidente Raúl Castro, fue expresión del sentimiento de ambas partes de que estaban dando un trascendental paso hacia la solución definitiva de un conflicto que ya dura casi seis décadas.
Concluyendo la ceremonia, el mandatario cubano subrayó que la paz en Colombia no sólo es posible, sino también indispensable para el cumplimiento cabal de la declaración de América Latina y el Caribe como zona de paz, tal como fuera proclamado durante la Segunda Cumbre de Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, primera y única organización que reúne a todos los Estados de América Latina y el Caribe sin la presencia de Estados Unidos, Canadá o Europa.
No es posible justipreciar este acontecimiento, presagio del pronto fin de la prolongada guerra en Colombia, fuera del contexto contradictorio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre La Habana y Washington, y la sorprendente solución pacífica del agudo conflicto fronterizo que estalló entre Caracas y Bogotá- de una parte- y la continuidad de la contraofensiva estadounidense y oligárquica contra las transformaciones políticas y sociales habidas en Latinoamérica en años recientes, que la reacción califica de “ciclo progresista”.
La contraofensiva ha estado dirigida básicamente contra una veintena de gobiernos independientes de países de la región que defienden sus soberanías y son partidarios de la unidad e integración de América Latina y el Caribe.
La campaña por revertir el “ciclo progresista” comenzó con el ataque estadounidense a territorio ecuatoriano y el restablecimiento de la IV Flota por Washington (2008), siguió con los golpes de Estado contra Zelaya en Honduras (2009) y Lugo en Paraguay (2012); y las fallidas asonadas contra Evo Morales en Bolivia (2008) y Correa en Ecuador (2010). No es posible olvidar el golpe fallido y el boicot petrolero en Venezuela (2002-2003) y el acoso desestabilizador en la última década contra los gobiernos de esta última y Ecuador.
Fracasados en el empeño por derrotarles en las urnas, intentan aplicar modelos y técnicas de las “revoluciones de colores” que Estados Unidos ha utilizado en otras latitudes para derrocar regímenes incómodos, contra los gobiernos legitimados por elecciones democráticas de Rafael Correa, Dilma Rousseff, Cristina Fernández, y Salvador Sánchez Cerén, en Brasil, Ecuador, Argentina y El Salvador, respectivamente, con el fin de boicotear o dilatar sus políticas de beneficio popular.
La elección en Roma de un Pontífice del catolicismo mundial cercano al sentir de los pueblos de Latinoamérica ha venido a contribuir a la corriente de profundos y positivos cambios que ha experimentado la región desde 1999.
La reciente visita del Papa Francisco a Estados Unidos se vio coronada por una cita bíblica que hizo ante el Congreso: “Cuidémonos de la tentación contemporánea de descartar todo lo que moleste. Recordemos la Regla de Oro: Hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes. (Mt 7, 12) ”.